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Actualizado: 23 de octubre de 2025
El duque, en su distracción, había hecho un rollo del papel en que estaban escritos sus versos, que María no había reclamado. ¿Vais a hacer un cigarro con el soneto? preguntó María. Al menos, así serviría para algo respondió el duque. Dádmelos y los guardaré dijo María. El duque puso en el papel enrollado una magnífica sortija de brillantes. ¡Qué! dijo María , ¿la sortija también?
Había confiado aquella caja al cuidado de Eppie cuando ésta fue grande y ella la abría con frecuencia para mirar el anillo; pero, a pesar de esto, casi no pensaba en el padre de que aquella sortija era símbolo. ¿No tenía acaso uno a su lado que quería más de lo que todos los padres verdaderos de la aldea parecían querer a sus hijas?
Venid, venid acá á un lado, alcalde dijo el duque de Uceda. El alcalde se apartó con él todo cuidadoso. Es necesario dijo el duque que nadie sepa que me habéis encontrado por estos sitios. Descuide vuecencia, que nadie lo sabrá dijo todo humilde y reverencioso el alcalde. Y para que esto no se os vaya de la memoria, tomad. Y dió al alcalde una sortija.
Poco después hizo entrar en la trastienda á don Juan, guardó cuidadosamente el estuche con la sortija en un armario, y del mismo armario sacó un talego, le puso sobre una mesa, contó, y un montón de oro, representando los tres mil doblones, apareció sobre la mesa.
¡Qué espectáculo tan interesante nos ofrece un centro tal de creaciones! Aquí unos calcetines por ocho cuartos; allí una sortija de dos ó tres mil duros; ahora un chaleco hecho que se da por una peseta; despues una pipa de ocho mil reales, como la que hay en la plaza de la Bolsa, número 3.
Su mano halló al instante un paquete más chico. Abriolo. Dentro vio una sortija pequeña, con un papel que decía: «Para mi niño, que hoy cumple cinco años. 12 de abril de 1863. Deseo que sea bueno y piense en mí». La marquesa lloraba ya con ruidosos gemidos.
Quizá alguna amiga o conocida, al ver la sortija, le había hecho comprender lo que significaba, le habría dirigido pérfidas insinuaciones. Lo cierto es que D. Laureano halló a su ninfa con un semblante más negro y temeroso que nube de galerna. Antes de cinco minutos estalló la tormenta.
Gritó, pateó, le arrojó la sortija a los pies y con ella todos los regalos que le había hecho antes. ¿Qué se había creído el tío silbante? ¿que ella era una tal y una cual? ¡Anda, que se había llevado buen chasco! Sortijitas a ella, ¿eh? Ya vería lo que lograba con sus alhajas... Romadonga aguantó a pie firme y con bastante calma el chubasco.
Sacó el joven el estuche, y del estuche la sortija. Entonces pasó por la vieja una cosa extraña. Se estremeció, tembló, y su pequeño ojo bizco y colorado, se puso á bailar mirando la sortija. Rica es, en efecto; pero me parece que pedís mucho: en fin, lo que yo puedo hacer es enviaros... mejor... mi marido os acompañará. Melchor, lleva á ese caballero á casa del señor Gabriel Cornejo.
¿Qué queréis? tanto robó á su excelencia, que es muy rico. ¡Ya! pues mira: vas á buscar ahora mismo á Esperanza. Muy bien. La darás esta sortija y la dirás: el caballero que os envía como señal esta sortija, espera hablaros un momento por una de las ventanas que dan á la callejuela excusada. Muy bien, señor. Pero al instante, al instante.
Palabra del Dia
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