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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El tono burlón con que Alicia había declamado su singular petición, la sorprendió de tal manera que no encontró nada que contestar.
La joven se sorprendió de que no se precipitase hacia ella, y al mismo tiempo comprendía que esta exigencia de su emoción, era incompatible con las reglas del trato social. ¡Qué extraña naturaleza se descubría! Ella misma había calmado el ardor de los sentimientos de Huberto, un mes antes, y ahora habría querido que manifestase su antiguo entusiasmo.
¡Ni la menor señal de extrañeza en don Claudio Fuertes! ¡Como si le pareciera excusada la noticia! Pues lo siento, respondió algo retrasado, pero maquinal y fríamente. Nieves anda algo malucha hoy... y no saliendo ella... Tampoco le sorprendió esta otra noticia al señor don Claudio Fuertes.
Dos golpecitos dados en la puerta las sorprendió a ambas. ¿Quién es? preguntó la señora. ¿Te estás vistiendo, Clementina? se oyó de fuera. Era la voz de su marido. La sorpresa de la dama no disminuyó por esto. Osorio subía rarísima vez a su cuarto estando ella sola. Sí; me estoy vistiendo. ¿Hay gente abajo? Los de siempre: Lola, Pascuala y Bonifacio.... Es que tengo que hablar contigo.
Su cerebro hervía; en su corazón se enrroscaban culebras mordedoras; su pensamiento era un volcán; deseaba la muerte; aborrecía la vida; hablaba sin cesar consigo mismo; miraba á la luna; se remontaba al quinto cielo, etc. ¡Cuántas veces le sorprendió la noche en melancólico éxtasis delante del cristal, olvidado de todo, hasta de su propio comercio y modo de vivir!
La noche nos sorprendió jadeantes, empapados en sudor, pero alegres y triunfantes después de dos horas de esfuerzos; y á poco rato el canto melancólico de todos los marineros, hiriendo el eco de las selvas, nos dió una nueva impresion. A las diez de la noche el puente del vapor tenia un aspecto singular.
Sin duda los sorprendió allí el temporal de nieve, desde que comenzó, y perecieron de hambre y de frío... por decreto de Dios que conocía sus malas intenciones. Era el uno un peine que se titulaba ingeniero y decía andar en busca de una mina de oro, meses hacía ya, con su vestido harapiento, sus greñas y su barba silvestre y su costurón en la cara, que le partía un ojo y la mitad de la nariz.
Y al ver que se acercaban entre sombras, les preguntó: ¿Sois vosotros? Sí; nosotros somos. ¿No tenéis nada? No. La voz del cazador, que era sorda al principio, ahora temblaba, y quedamente añadió: ¡Nos hallamos otra vez los tres reunidos! Y el cazador, del que no podía decirse que era nada cariñoso, besó a sus hijos con frenesí, lo cual sorprendió a éstos sobremanera.
En estas dudas le sorprendió S. E., que leía en su cara como en un libro abierto. ¿Conque resueltamente no se anima usted? le dijo, en su afán de obligarle más y más. El caso es arduo respondió don Simón mirándose las puntas de los pies.
Cada cual busca su igual, tal para cual, tal para cual. Caleb no tanto se sorprendió por el sentido filósofo de la cantinela cuanto por el acento del que cantaba, que le sonó como a cosa muy de su conocimiento y familiaridad; así quiso aguijar a su compañero de viaje, pero ello no fué necesario, pues el asno, por un superior instinto, se resolvió a trotar muy gentil y poderosamente.
Palabra del Dia
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