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Actualizado: 9 de junio de 2025
Aún le faltaba ver mucho, pero acabaría por enterarse de todo: luengos días de navegación quedaban por delante. En cuanto a los pasajeros, pocos había que él no conociese. Luchaba en algunos con la falta de medios de expresión; ciertas mujeres sólo hablaban alemán, pero en fuerza de sonrisas y manoteos, él acabaría por hacerse comprender.
Las sonrisas de sus labios se fueron haciendo tristes, y por la cándida frente pasó una ráfaga de inquietud que comunicó a su lindo rostro infantil cierta grave expresión que no tenía. Parecía que en virtud de un misterioso movimiento de su espíritu, la niña se transformaba en mujer en pocos instantes.
A Benina manifestaba el buen señor casi exclusivamente su gratitud, reservando para la señora una cortés deferencia; para Benina eran todas sus sonrisas, sus frases más ingeniosas, la ternura de sus ojos lánguidos, como de carnero a medio morir; y a tantas indiscreciones unió Ponte la de llamarla ángel como unas doscientas veces en el curso de la frugal cena.
Miguel comprendía bien cuándo convenía soltarla. ¡Eres un loco incorregible!... ¡Eres más chiquillo aún que tu hermana! Vamos, cállese V., señora, o volvemos a dar otros seis galopes. No, no, me marcho, porque eres muy capaz de hacerlo decía riendo. Estas sonrisas tenían para nuestros jóvenes el incalculable valor que tiene para los habitantes de Londres un rayo de sol en medio del invierno.
El pianista secundó este grito de dolor con una escala en octavas estrepitosas. Sonó un largo palmoteo y se dirigieron al cantante por parte de las damas sonrisas afectuosas de aprobación.
Aquella mujercita sería, hasta parecer esquiva con la generalidad de los compradores, reservaba las sonrisas y el agrado para los escritores y cómicos, a quienes en el fondo de su imaginación no veía según la realidad, sino que pensaba en ellos como en seres superiores, de cuyos cerebros surgían y en cuyos labios tomaban vida todos los lances, intrigas, amores y aventuras que le encantaban el ánimo.
¡Pero qué me importarán a mí todas estas cosas! pensaba Fortunata, que ya no podía sostener más tiempo el papel, ni sabía de dónde sacar los monosílabos y las sonrisas.
Deslizábanse rápidas todas ellas, entre saludos y sonrisas, para sumirse, más allá de las mamparas de cristales, en un mar de luz en el que nadaban los colores de inquietas banderas.
Su nacimiento y su fortuna le inspiraban respeto y benevolencia, lo mismo que a Gallardo. Ocupábanse de ella con sonrisas de admiración. Los mismos hechos en otra mujer habrían dado suelta a un raudal de comentarios irreverentes, comparándola a la bestia rapaz de gruesa cola que es protagonista de muchas fábulas. En Sevilla continuaba el apoderado lleva una vida ejemplar.
Aquella noticia le había llegado a lo profundo del corazón, le ponía en la situación más difícil en que estuvo jamás hombre alguno. Los demás no dejaron de notar este silencio, y se hacían guiños y se dirigían sonrisas por detrás de su espalda. Pero Paco también estaba preocupado.
Palabra del Dia
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