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Actualizado: 27 de julio de 2025
Todavía calentaba el sol y las damas de la carretela improvisaron con las sombrillas un toldo de colores que también cobijaba al Magistral y al Arcipreste.
Era la música que tocaba en el paseo, frente al Casino. Por debajo de las achatadas palmeras desfilaban, como las cuentas de un rosario de colores, las sombrillas de seda, los sombreritos de paja, los trajes claros y vistosos de toda la gente de veraneo. Los niños, vestidos de blanco y rosa, saltaban y corrían tras sus juguetes, o formaban alegres corros girando como ruedas de colores.
Las señoras levantan suavemente las sombrillas para mirar por debajo de ellas a otras señoras, que de igual manera dejan caer las suyas y pagan mirada por mirada.
A veces se aparecían también, a guisa de sorprendentes cometas, las ricas cubanas de Amézaga, con sus sombreros extraordinarios, sus sombrillas monumentales y sus atavíos caprichosos, destilados siempre a la quinta esencia de la moda. Pilar las distinguía de cien leguas, por sus famosos sombreros, imposibles de confundir con otro tocado alguno.
El gitano había vuelto á colocarse junto á su caballo y le miraba desde lejos, agitando la cuerda del ronzal como si le llamase. Batiste se aproximó lentamente, simulando distracción, mirando los puentes, por donde pasaban como cúpulas movibles de colores las abiertas sombrillas de las mujeres de la ciudad. Era ya mediodía.
Podrían verse allí todos los días; no queda un solo banco desocupado y en las avenidas y junto a los lagos desfilan los carruajes apretados, sin poder pasar, todos llenos de chicas que se saludan bajo las sombrillas de claros colores. Adriana no pudo dejar de sonreír, comprendiendo que Charito, a quien no faltaban sus pretensiones literarias, buscaba las palabras escuchándose hablar.
Durante toda la mañana se estaba renovando aquel público, femenino en su mayoría, y la puerta seguía tragando mujeres para arrojarlas luego a la calle pasados veinte o treinta minutos, al cabo de los cuales se las veía salir abriendo sombrillas o desplegando abanicos, porque la luz del sol las ofendía, acostumbrada ya su retina a la oscuridad de la sagrada cueva.
Piense en su mujer y en su hijo; siga su vida. No soy la conquista que se guarda unas semanas nada más. A mí nadie me toca impunemente. Tengo ventosas, como los animales que vimos el otro día; quemo como las sombrillas transparentes del Acuario... ¡Huya, Ferragut!... Déjeme sola... ¡sola!
El rey era muy rico: poseía diez y siete sombrillas de todos colores, un tapa-rabo verde y amarillo, muy gracioso, y un sombrero alto, tan alto que rayaba en lo monumental. La reina, Sabihonda, usaba medias azules y era políglota: cuando algo le caía muy en gracia, hablaba en chino, y cuando se enfadaba, gritaba en catalán.
¿Yo qué sé? contestaba el rústico. Y guiándose por las palabras incomprensibles de la doncella, añadía con gran convicción: Será alguna fransesa... Una fransesa rica. Volvió Rafael a seguir con la vista las dos sombrillas que descendían la pendiente como insectos de colores. Disminuían rápidamente.
Palabra del Dia
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