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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Es indecible lo que se placía la ex-novia del teniente Paniagua cuando lograba encajar la boba a alguna de sus tertulianas, la ansiedad y desasosiego que se apoderaba de ella cuando la tenía en su poder y no lograba soltarla.
Parecía hombre harto de esperar a la Fortuna, que de pronto la ve, la asalta, la sorprende, la sujeta, y decide no soltarla en su vida. Cristeta nada hizo por despegar su cuerpo del cuerpo de su amante, sino murmurar con voz preñada de caricias: ¡Juan... Juan mío!
Cuando le tuvo bien trasteado, hablóle por tercera o cuarta vez, en términos vagos, del negocio de la mina. Ofrecíalo como un ideal inaccesible para meterle en apetito. ¡Si algún día fuera posible comprar esa mina, qué gran negocio! No había conocido otro más claro en su vida. Lo peor era que el Gobierno no estaba dispuesto a soltarla.
Así que, antes de que el policía llevase consigo a Concha, se dirigió a él y, en francés chapurrado, le manifestó que aquella señora era su esposa y que le hiciese el favor de soltarla. Esto fue lo único que comprendió el círculo de curiosos que les rodeaba. La noticia causó sorpresa y no poca risa. El agente no se avino a ello sin llevarlos a ambos antes a las oficinas de la policía.
Cuando la campana sonó, Lidia le tendió la mano y se dispuso a subir. Nébel la oprimió, y quedó un largo rato sin soltarla, mirándola. Luego, avanzando, recogió a Lidia de la cintura y la besó hondamente en la boca. El tren partió. Inmóvil, Nébel siguió con la vista la ventanilla que se perdía. Pero Lidia no se asomó.
El torbellino parisiense la había tomado desde su llegada, para no soltarla más. Ni una hora de alto ni descanso. Sentía la necesidad de entregarse a sí misma, a solas durante algunos días, por lo menos, de consultarse, interrogarse a su gusto en la plena tranquilidad y soledad del campo, pertenecerse, en fin, tener un momento suyo.
Las olas rugían en la obscuridad a pocos pasos de mí, de una manera lamentable y desesperada. Tras de muchos esfuerzos y afanes, desollándome una mano, pude soltarla de la ligadura. Registré mis bolsillos y encontré el cortaplumas. Lo abrí y corté la cuerda con que me habían atado los pies. Me senté en la plataforma de la roca; estaba entumecido.
Esta dificultad saca su gravedad aparente de una confusion de ideas, efecto de no comprenderse bien el estado de la cuestion. Para soltarla preguntaré á quien me la proponga: ¿El movimiento de que se trata es intrínsecamente imposible, ó nó.
Y al decir esto con rabiosa entonación, pintada la ira en los ojos, dió una fuerte sacudida a la mano para soltarla. Pero Gonzalo no lo consintió, y besándosela varias veces con pasión, le dijo riendo: Chica, chica, no te dispares contra mí, que yo no tengo la culpa de nada... Si a mí me gustas precisamente por ser tan viva y tan rabiosilla. No me hacen gracia las mujeres de pastaflora.
Y tiene razón la muchacha dijo para sí el duque de Osuna, pero sin soltarla. Esperanza estaba fuertemente asida al marco de la puerta y pugnaba por desasirse del duque. Si no me soltáis, grito. El duque se decidió á darse á conocer. Y si gritas y vienen y yo no te suelto, te encontrarán con el duque de Osuna.
Palabra del Dia
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