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Actualizado: 11 de junio de 2025
Cuando corrieron para socorrerla, escapó despavorida, y volvió a caer ya carbonizada. ¿Puedes imaginarte horror semejante? Parece que realizó el acto en un estado de absoluta lucidez. Piensa que la pobre, por una extrema exaltación de su virtud, sintió la necesidad de morir así, abrasada, para purificarse, para consumirse en el fuego con los vestigios de su pecado.
A las 11 se llamó el viento al S recio, por lo que me fué preciso acortar de vela por esperar la chalupa, y llevarla siempre á mi costado para socorrerla en caso de que no pudiese aguantar.
Indudablemente, á él le tocaba ampararla en aquel trance, apartarla del vicio á que su soledad podía conducirla, socorrerla, en fin, porque habla sido su amiga, le había amado, y en tales casos es de corazones generosos y buenos olvidar las injurias y pagarlas con nobles acciones. Viendo que no le daban razón de su paradero, bajó y salió dispuesto á buscarla. Pero ¿dónde, dónde la iba á encontrar?
Pues en la Variante se cuentan las cosas de otro modo: Hero visitaba a Leandro, no pasando el Helesponto a nado, sino en un barquichuelo, y a la vela. Un día se le puso el esquife quilla al sol, y Leandro, que lo presenciaba, se arrojó al mar y sacó a Hero medio asfixiada y hecha una sopa. En aquella soledad no había con qué socorrerla.
Pero con su prontitud y su gracia peculiares dijo poniéndose en pie: » Mire usted, buena mujer: nosotros no llevamos dinero encima y nos hemos perdido en el camino de Glatigny a Ville d'Avray; pero, si usted nos guía y nos acompaña a casa del doctor Avrigny, que es nuestro padre, éste sabrá recompensarle tal favor, pues si hay alguien en el mundo capaz de socorrerla, es él, créalo usted.
Una mujer queda tendida en tierra y dos hombres se abalanzan a socorrerla; en el primero se reconoce don Juan; el segundo es el otro, el desconocido de la capilla, el monstruo sin fisonomía. Su audacia no tiene límites.
En seguida me fui a visitarla, pero había muchas personas en la casa y no me atreví a socorrerla por temor a que se creyera que ejercía la caridad con ostentación. Volví a casa con la intención de mandarle alguna cosa; se hizo tarde, y no me atreví a mandar a los criados. ¡Acaso la pobre mujer habrá pasado la noche sin alimentarse ni alimentar a sus hijos!
Creí sentir que una mano de muerta me hundía las uñas en el pecho; ante mis ojos pasaron relámpagos sangrientos; lancé un grito... luego creí oír que una voz me gritaba: «¡Vuela a socorrerla, vuela a socorrerla, sálvala, dá tu propia vida para conservar la suya!» Bruscamente me erguí; había vuelto a encontrar mis fuerzas.
Pues señor... al volver de Plencia ya comprometido a casarse y enamorado de su novia, quiso saber qué vuelta llevó Fortunata, de quien no había tenido noticias en tanto tiempo. No le movía ningún sentimiento de ternura, sino la compasión y el deseo de socorrerla si se veía en un mal paso. Platón estaba fuera de Madrid y su mujer en el otro mundo.
Entonces, al sentir la mano de la profesora en la mejilla, había perdido la razón, cogió un taburete y se lo zampó sobre la cabeza. «¡Qué susto, chiquillo, al verla con la cara llena de sangre!» Se precipitó a socorrerla, limpiándola con el pañuelo, lavándole la herida, y, llorando como una Magdalena, se arrojó a sus pies, pidiéndole perdón.
Palabra del Dia
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