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Pensaba con nostalgia en las plácidas veladas de «los enemigos de la mujer», cuando Spadoni se sentaba al piano ó hacía cálculos infinitos, siempre doblando; cuando Novoa exponía sus paradojas científicas y Castro relataba las aventuras de su abuelo el «Don Quijote rojo»... ¿Dónde estarían ahora estos compañeros de soñolienta felicidad? Atilio le interesaba especialmente.

Doña Josefa, con un vestido algo raído de lana y gran mantilla de un negro ya amarillento, entró solemnemente en la barraca, y después de algunas frases vistosas pilladas al vuelo á su marido, aposentó su robusta humanidad en un sillón de cuerda y allí se quedó, muda y como soñolienta, contemplando el ataúd. La buena mujer, habituada á oir y admirar á su esposo, no podía seguir una conversación.

Se adivinaba la existencia de cavernas submarinas, gargantas y canalizos invisibles, en los cuales se retorcía furioso el Océano al perder su calma soñolienta, encabritándose con espumarajos de rabia, desplomándose sus cataratas gigantescas sobre los negros abismos.

En torno de él, la vegetación silvestre, agrandada por la sombra y el misterio, parecía reír irónicamente de su cólera con grandes murmullos. Al fin, la fresca serenidad de la tierra soñolienta pareció penetrar en él. Acabó encogiéndose de hombros con gesto de desprecio, y llevando el revólver por delante, continuó su camino hasta encerrarse en la torre.

El muchacho, antes tan sólido y bien equilibrado, mostrábase inquieto y nervioso, lloraba a solas por cualquier cosa o se entregaba a expansiones infantiles; pero a pesar de esto, era más feliz que nunca. Su antigua vida parecíale la existencia soñolienta de una bestia amarrada a la estaca, rumiando la comida o durmiendo, sin noción alguna de un más allá.

Le inspiraba miedo la hermosura de esta mujer; estaba estremecido aún por el contacto de las firmes redondeces que acababa de rozar durante la corta lucha. Su virtud soñolienta había sufrido el tormento de una resurrección sin objeto. «¡Ah, no!... Que se encargasen otros de expulsarla

La gran ambición de todo liliputiense era conseguir algún hilo de color de los que regalaba el déspota para cruzárselo sobre el pecho á guisa de condecoración. En resumen: mi país vivía sometido á una autoridad paternal pero arbitraria, y los hombres llevaban una existencia monótona y soñolienta, al margen de todo progreso. De las mujeres de entonces no hablemos.

Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió lo que Dorotea le decía; y, volviéndoselo a preguntar, ella se lo volvió a decir, por lo cual estuvo atenta Clara.

No cantaba la alondra, como en el jardín de Verona anunciando el alba a los amantes de Shakespeare; pero comenzaba a oírse el chirrido lejano de los carros en los caminos de la campiña, y una canción perezosa y soñolienta entonada por una voz infantil. Adiós, Rafael... Ahora que es el último. Nos van a sorprender.

Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura la noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos rumores de la tierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su camino, apresurando su paso a medida que avanzaba la noche.