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Más allá del faro, el furioso golfo de Gascuña; dentro, el agua soñolienta y la languidez de una ola muda, que no causa más estrépito que el que producir puede un piececito sobre la elástica almohada del alga marina con que se afirma una capa de arena muy reblandecida.

Ya vería él de lo que era capaz su mujercita. Y la linda costurera, con su aire grave de mujer formal, con la misma expresión vaga y soñolienta que si hablase de amor, marcaba punto por punto el programa de su vida futura.

La melodía comenzaba soñolienta, perezosa, yámbica; después, de pronto, tenía un impulso de pasión, un nervioso salto; luego tornaba a desmayarse, a caer en la languidez criolla de su ritmo desigual.

Sintió impulsos de romper en un himno á sus creencias humanas, como el fantástico doctor. Pero el miedo al ridículo le contuvo; su instinto le avisó el riesgo de alarmar á un alma soñolienta. , vida mía, tengo religión dijo evasivamente. Creo que el hombre debe ser bueno y feliz sobre la tierra y para ello trabajo. Pepita pareció no comprenderle y habló de su madre.

Los que quieren medrar salen del pueblo; allí no hay más ricos que los que heredan o hacen fortuna lejos de la soñolienta Vetusta. «Entre americanos, pasiegos y mayorazguetes fatuos, burdos y grotescos hubiera podido escoger, seguía pensando Ana. Que lo dijera don Frutos Redondo.... Pero además, ¿para qué engañarse a misma?

Excelso padre Apolo: por las musas gloriosas, por los sátiros viejos del bosque secular, por las suaves ondinas que duermen en los lagos, por la luna, tu hermana, de soñolienta faz; suelta las rojas bridas de los salvajes potros que, en furioso galope, sus crines tenderán, y que enciendan sus cascos, al chocar con los soles, reverberantes rayos de paz y libertad.

Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos.

El comenzar de la tarde fue sofocante; el sol derramaba una lluvia de fuego; el mar se extendía tranquilo, apenas rizado, sin más olas que algunas pequeñas ondulaciones; con la respiración rítmica de un buen monstruo dormido, el agua, soñolienta, reflejaba la costa con todos sus detalles en la claridad de aquella tarde perezosa y espléndida.

Las últimas caricias de aquellas horas de transportes báquicos, las caricias que ella hacía soñolienta, parecían arrullos inocentes del cariño santo, suave, que une al que engendra con el engendrado.

Donde quiera calles enteramente pulcras, anchas como plazas, tiradas rigorosamente á cordel y cortadas como á compás en porciones absolutamente iguales, con los mismos pavimentos, el mismo aspecto, el mismo silencio y la soledad mas soñolienta que se puede imaginar.