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Yo también, como el pescador de la leyenda, veo la maravillosa sirena hacerme señas con el dedo, me siento atraído por su mirada que fascina y oigo resonar el eco de su canto pérfido y melodioso, «¡Ah! ven, ven conmigo y seremos felices.» A veces me siento envidioso del joven que cede al llamamiento de la sinuosa ondina, cuya flotante cabellera va á mezclarse con las del verde limo.

El caballero que disfrutaba de esta infeliz distinción se llamaba Galba. Habíase divorciado de su excelente esposa para casar con la sirena de Fiddletown.

9 La prudencia en el castigo, de D. Francisco de Rojas. 10 La sirena de Trinacria, de D. Diego de Córdova y Figueroa. 11 Las lises de Francia, del Dr. Mira de Mescua. 12 El sordo y el montañés, de D. Melchor Fernández de León. 1 Los bandos de Berona, de D. Francisco de Rojas. 2 La sirena del Jordán, San Juan Bautista, de Don Cristóbal de Monroy. 3 Los trabajos de Ulises, de Luis de Belmonte.

Que la madre Foca á la madre Lamantina se ofrezca á mi vista sobre su roca cual sirena, en el primitivo uso de la mano y de las mamas, con su pequeñuelo sobre su seno. ¿Es decir que esos seres hubieran podido ascender hasta nosotros? ¿Acaso fueron los autores los ascendientes del hombre? Así lo supuso Mallet. Por lo que á toca, no lo creo verosímil.

La cofradía de «piruetistas», de «operadores», de «navegantes de la Puerta del Sol», está compuesta principalmente por los jóvenes envenenados por la literatura, que llegan de las provincias a la conquista de Madrid. La literatura es como la trágica sirena de las baladas germanas, y los pobres nautas se hunden en el fondo del mar por haber escuchado el sortilegio de su canto.

PABLO Verlaine tenía una sed fatal, una sed monstruosa y suicida, y bebió hasta la muerte. Tal vez oía la voz de una sirena fabulosa en el fondo glauco del ajenjo. El ruiseñor protervo iba al café D'Harcourt y bebía, bebía... Las cuartillas aguardaban en una carpeta, junto al tintero feo, mezquino, de fosforero de café.

Acaso llegue la gloria para los artistas... pero después de muertos. Es una burla demasiado cruenta del Destino. ¡Copa de verde y ponzoñoso licor, donde la sirena del genio supo cantar para Verlaine! ¡Acaso en el fondo del vaso esté el dulce talismán que encanta la vida! Embriagaos de amor, de virtud o de vino.

Responde él negativamente: se propone pasar allí dos ó tres días y alojará en la célebre posada de la Garduña. Ella duda. El día anterior le vió en la romería hablando quedo y aparte con Celedonia, una viuda hermosa del valle de Bimenes. Y se alarma pensando si su esposo correría como otras veces á olvidar el lecho nupcial en los brazos de aquella sirena engañadora.

Pero la ilusión, sirena encantadora, coleaba en el aire junto a estos locos heroicos en sus horas de desfallecimiento. Cuando en las altiplanicies estériles marchaban casi arrastrándose, las entrañas roídas por el hambre y las piernas petrificadas por el frío, la esperanza, como un relámpago, reanimaba su vigor.

Como último toque á su vestido de sirena, tomó algunas algas y se las puso en el pecho imitando, lo mejor que pudo, la letra A que brillaba en el seno de su madre y cuya vista le era tan familiar, con la diferencia de que esta A era verde y no escarlata.