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Hasta que no vuelva mi madre ha de parecer como si no hubiese nadie en esta casa, sino yo y el señor Andrés. ¿Me has comprendido? Te he comprendido, y haré como lo dices contestó Rafaela. En seguida se marchó Juanita a pasar la tarde con doña Inés, según tenía por costumbre. Con gran devoción y serenidad leyó a su madrina no pocas devociones y rezos propios de la Semana Santa, en que estaban.

Por supuesto que no me di por ofendida con la inocentada, ni había motivos para ello. Esto le alentó algo; y puede decirse que desde entonces data la relativa serenidad con que se conduce delante de nosotros.

Las proporciones gigantescas que tomaban las almas, parecía que las tomaban también los cuerpos; y al ver cómo infundíamos pavor a fuerzas seis veces superiores, nos creíamos algo más que hombres. »Entre tanto, Churruca, que era nuestro pensamiento, dirigía la acción con serenidad asombrosa.

De suerte que al volver a Marineda, en vez de rondar la Fábrica, como antes, se resolvió, desde el primer día, a acompañar a Amparo cuando la viese salir; y ejecutó el propósito con su serenidad habitual.

En vez de continuar hasta la rectoral, se sentó sobre un madero que había delante de las primeras casas. Sacó el reloj y vio que no eran más de las diez; y no encontrándose aún con deseos de acostarse, determinó de gozar un rato de la hermosura y serenidad de la noche. El fresco era demasiado vivo para estar quieto mucho tiempo. Se puso a dar vueltas por los contornos del lugar.

Es poeta elegante y lapidario Cecilio Apóstol, en cuyos números campa serenidad clásica. Bebió el licor ático en búcaro francés, posibles divinos "alfareros" Moreas o Heredia, no nacidos en Francia.

Pero Carmen se repuso valerosa, enjugó su llanto con mano firme, alzó la frente y dijo con serenidad: ¿Para qué ir a Luzmela si aquí también está Dios?... Mira, allí tengo mi Niño Jesús...; vino una sombra una noche y me lo puso feo; pero es Dios...; tiene el vestido sucio y el pelo enmarañado...; pero es Dios....

Se levantó, se vistió y se dirigió a la capilla entre su madre, que se había consolado por completo, y Guillermo, que estaba fuera de de alegría. Las mismas amigas que ahora la acompañan al cementerio, iban a su lado, y los que la veían pasar decían: «¡Mirad a Cornelia! está más pálida, pero no menos bellaEn efecto, su aspecto ofrecía un conjunto de nobleza, de gracia y de serenidad.

La melancólica serenidad que había en estas declaraciones conmovió á Lázaro de tal modo, que no se atrevía á preguntar más, porque herir la delicadeza de aquel ángel le parecía crueldad sin ejemplo. Aún quiso hacer la última pregunta de este modo: ¿Y qué te dije aquella tarde? ¿Qué me dijiste? ... Eso que se me ha olvidado ... No, ya lo recuerdo: me dijiste....

La menor, la del vestido de percal, era más alta; parecía tener cuatro o cinco años menos que la otra, diez y ocho a lo más; era blanca y rubia, y con ojos azules, y propiamente semejaba un ángel. No reía tanto como la mayor, y se mostraba más seria y menos desenvuelta. Tenía singular expresión de dulzura, serenidad y apacible contentamiento.