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Actualizado: 10 de junio de 2025


Hoy, cuando ya empezaba a impacientarme de la tardanza de Adela en pasar por el bosque, y recorría agitadamente el sendero que conduce a Valency, la he visto venir con el aire preocupado, la cabeza inclinada y el libro en la mano.

Antes de que Celipín acabara de hablar, los dos se habían puesto en camino, andando tan a prisa cual si estuvieran viendo ya las torres de los Madriles del Rey de España. Salgámonos del sendero dijo Celipín, dando pruebas en aquella ocasión de un gran talento práctico porque si nos ven nos echarán mano y nos darán un buen pie de paliza.

Y volví los ojos al sendero de la montaña, y le vi trepar entre los pedruscos y los escajos bravíos de una sierra calva; y distinguí detrás de ella, la loma de otra sierra más alta, y por encima de ésta, otra y sobre su cumbre la de un monte que las asombraba a todas; y así sucesivamente, hasta perderse las últimas desvanecidas en un ambiente brumoso y tétrico que no me dejaba percibir con claridad los dos peldaños de aquella escalera disforme, entre los cuales se escondía la sepultura en que, por un mal entendido sentimiento filantrópico, había resuelto yo enterrarme vivo.

Ella fue la primera en avanzar por el pasadizo, explorando sus ángulos y recovecos. Luego silbó suavemente, como un ojeador que indica el sendero, y Fernando abandonó el camarote apresuradamente, seguido en su fuga por los besos que le enviaba Nélida con las puntas de los dedos.

El miedo á que se aproximase la hizo marchar hacia él. Dijo unas palabras al militar, que continuó en el banco recibiendo sobre el vendaje de su rostro un rayo de sol que parecía no sentir. Luego se levantó, yendo al encuentro de Julio, y siguió adelante, indicándole con un gesto que se situase más lejos, donde el herido no pudiera escucharles. Detuvo su paso en un sendero lateral.

Una vez allí era preciso bajar, por supuesto en los mismos vehículos: rodando lentamente y con un exquisito cuidado, fuimos descendiendo por un estrechísimo sendero, por encima de la carretera, pero con un fondo de treinta varas de nieve.

Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como de costumbre, la vista al suelo. «Aquí va dijo luego una mulita mora muy buena... ésta es la tropa de don N. Zapata..., es de muy buena silla..., va ensillada..., ha pasado ayer...» Este hombre venía de la Sierra de San Luis; la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho.

Un momento le bastó para ponerse en la silla y lanzarse al galope por el sendero que debía conducirlo fuera de aquel valle fatal.

Esto que sucede en el órden moral, se verifica tambien en el intelectual: no solo debemos cuidar de nuestro corazon sino tambien de nuestro entendimiento: ambos están sujetos á la ley de perfectibilidad; el bien y el mal, la verdad y el error son los objetos que se nos ofrecen; la naturaleza misma nos dice cuál es el sendero que debemos tomar, pero no nos fuerza á tomarle: delante tenemos la vida y la muerte: lo que nos agrada, aquello se nos da.

Voy allá... hasta luego, amigo mío. Y marchóse por el sendero que atraviesa la parte baja del jardín... Corrían por esos días los postreros de abril, y a través del follaje, aún claro en esa época, pudo distinguir a Pedro y a Beatriz que caminaban lentamente uno al lado del otro.

Palabra del Dia

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