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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Al entrar en el cuarto de Enrique, oyó gran ruido, como si trasteasen con los muebles; quedó altamente sorprendido al ver a su primo con sendas banderillas en las manos delante de una silla, levantándose sobre la punta de los pies en actitud de clavárselas.

10 [Yod] Todas las sendas del SE

Iban en ella los individuos del Ayuntamiento y de la Junta, los empleados, el comandante de la policía, diez o doce gendarmes, y los chicos de la Escuela. Estos llevaban sendas banderitas de papel de China. Cerca de don Basilio marchaban los oradores: Jurado y Venegas.

Un animal tan necesario para él como la propia vida y que le había costado empeñarse con el amo.... Miró en torno, buscando al criminal. Nadie. En la vega, que azuleaba bajo el crepúsculo, no se oía mas que un ruido lejano de carros, el susurro de los cañares y los gritos con que se llamaban de una barraca á otra. En los caminos inmediatos, en las sendas, ni una persona.

Los que nacen en España sólo conocen dos sendas: o morir, para honra propia, o vencer, para honra de ella. Cuanto hasta el presente hicimos va jugando en esta empresa; ved lo que puede costaros un momento de flaqueza. La causa que sustentais, de batallar la experiencia, el corazón y las armas; toda la ventaja es vuestra.

Este detentador de fortunas ajenas, llegado a una insolente altura por sendas extraviadas y procedimientos vergonzosos, gozaba de un favor y de una influencia más insolentes todavía.

El chico no se anduvo en retóricas y el domingo de Carnaval tomó los mejores trajes que encontró y fué con ellos a la confitería. Maestro y discípulo se pusieron las prendas femeninas, y armados de sendas escobas, fueron a la puerta de la iglesia.

Pasaban las viejas por las sendas con la reluciente mantilla sobre los ojos y una silleta en un brazo, como si tirase de ellas la campana que volteaba lejos, muy lejos, sobre los tejados del pueblo.

El punto final de las meditaciones de D. Fadrique era siempre el mismo, por cuantas sendas y rodeos tratase de llegar á él. No quería á Clara poseedora de lo que le constaba que no era suyo; no la quería mujer de D. Casimiro; no la quería monja tampoco, y no quería dar escándalo ni amargar la vida de D. Valentín con afrentoso desengaño.

Y un Ebro, casi contemporáneo, hombre de matemáticas, educado en Inglaterra, obtuvo, al iniciarse las empresas ferroviarias, diversas concesiones de caminos de hierro, que luego cedió a los ingleses por sendas libras esterlinas. Este Ebro no construyó ningún camino, pero hizo el suyo admirablemente.

Palabra del Dia

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