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Presentó Briones a Martín, y el general, después de estrecharle la mano, le dijo bruscamente: Me ha contado Briones sus aventuras. Le felicito a usted. Muchas gracias, mi general. ¿Conoce usted toda esta zona de mugas de la frontera que domina el valle del Baztán? , como mi propia mano. Creo que no habrá otro que las conozca tan bien. ¿Sabe usted los caminos y las sendas? No hay más que sendas.

En el centro de la pieza hallábase la mesa, que sostenía un candil de cuatro mecheros, y junto a ella, sentados en sendas sillas de cuero, que lastimosamente gemían al menor movimiento, estaban los tres personajes cuya conversación hirió mis oídos cuando volví de un largo paroxismo.

Al verlos desgarrarlas con los dientes y soplar al mismo tiempo para no quemarse, Miguel sintió los ojos húmedos. Uno de los pinches colocó sendas rebanadas de pan al lado de los platos. A ver dijo Miguel, que traigan dos copas de Jerez.

Como se aproximaba la noche y nada tenía resuelto, fue a pedir consejo al viejo de la barraca inmediata, un carcamal que sólo servía para segar brozas en las sendas, pero de quien se decía que en la juventud había puesto más de dos a pudrir tierra. Le escuchó el viejo con los ojos fijos en el grueso cigarro que liaban sus manos temblorosas cubiertas de caspa.

Estaban alegres, rebosando satisfacción por los ojos; pero las piernas no respondían a aquella eterna juventud de sus corazones: caminaban apoyándose en sendas muletas y agarrándose con la mano libre al brazo de sus acompañantes. Fueron recibidas con vivas y hurras. Se oyeron asimismo algunas frases harto familiares, de esas que nadie más que las benditas de Meré consentían y reían.

El otro día le preguntó, con la mayor reserva, a la señora Percival, que reside con nosotros en Mayvill, si creía que Mabel tomaría a mal que él se declarara a Dolly. Se ve, pues, que sus pensamientos se encaminan, evidentemente, a las sendas matrimoniales.

Dejó atrás el pueblo, y según avanzaba Batiste hacia su barraca marcábase cada vez más la hostilidad. La gente tropezaba con él en las sendas sin darle las buenas noches.

¿El que la hace pagar gallina por falta, o maravedí por descuido? , hermano. Bueno, bueno; he aquí el primer corchete que no ejecuta el mal, cumpliendo con su empleo. ¿Y pasó también la dueña Bermúdez, la que endotrina a las cristianillas nuevas, y las pellizca si no le toman sus aleluyas, y las repellizca si no la dan sendas blancas por ellas? , hermano, ya pasó.

Y él, satisfecho del consejo, pasaba los días de labor en pleno campo, a la sombra de un árbol, oyendo cantar a los pájaros, espiando a las atlotas que transitaban por las sendas; y cuando le bullía en la cabeza un trovo nuevo, sentábase a la orilla del mar para devanarlo lentamente, fijándolo en su memoria. Jaime se despidió de él: podía continuar su trabajo poético.

Cansados y agobiados por la alta temperatura, llegamos a las primeras horas de la noche a una pequeña estación, de cuyo nombre indígena no quiero acordarme, y en donde nos esperaba el Administrador de la hacienda y varios mozos, con sendas caballerías.