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Actualizado: 9 de julio de 2025
Sí, ¿pero las cédulas? eso es seguro. Tiíta Silda, se los devolveré intactos. Así decía siempre, y luego venía con esto y con lo otro, pero con las manos vacías. ¿Qué había hecho de los veinte pesos de la semana anterior?
Jamás lo he hecho con ninguna mujer y no exceptuaré precisamente á la que lleva mi sangre en sus venas. En vos confío para enmendarla, cuando su conducta merezca enmienda; sobre todo en mi ausencia, querida mía, pues si llevo largo tiempo de asueto en el castillo, sólo por vos ha sido, y os confieso que sin vuestra presencia no podría tolerar una semana esta vida tranquila y regalona.
Yo lo arreglaré, y poco he de poder o la próxima semana tendremos ese dinero. Pero Juanito, como enamorado, tardó en cumplir sus promesas. Sus amores con Tónica, aquella luna de miel ideal, el afán de acompañarla a todas partes, hablando de su porvenir, le tenían tan distraído, que si no olvidó sus promesas, fue difiriendo su cumplimiento siempre para el día siguiente.
De bailes y reuniones, nada: de teatros muy poco, y sólo a obras cuya moral nadie hubiese puesto en duda. Confesaba dos veces por semana y recibía la sagrada comunión todos los domingos.
Los pequeños se revolcaban en el suelo, cubiertos de una costra de suciedad, mientras los mayores reñían á puñetazos para dominarse unos á otros, ó golpeaban á los hermanos débiles que se resistían á servirles de esclavos. A veces la tribu entera se ponía de acuerdo para saquear la despensa paternal, devorando en unas cuantas horas todas las provisiones que Adán había almacenado para una semana.
Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza.
Por de contado, querida, me refiero a la masculina. No sé nada que pueda hacer tolerable a la femenina». Al cabo de una semana había doña María olvidado ya por completo este episodio: pero sus paseos de la tarde tomaron inconscientemente otra dirección. Con cierta extrañeza notó que todas las mañanas un fresco ramo de flores de azalea aparecía por entre las demás, sobre su pupitre.
El pobre Yáñez, obligado a acostarse a las nueve, con una perpetua luz ante los ojos y sumido en un silencio aplastante que hacía creer en la posibilidad del mundo muerto, pensaba en lo duramente que iba saldando su cuenta con las instituciones. ¡Maldito artículo! Cada línea iba a costarle una semana de encierro; cada palabra un día.
Después se fueron haciendo más extensas, y llegó el caso de que no bastase un solo día para representarlas, como sucedió con el misterio de la creación del mundo, que se puso en escena en Skinnerswell en 1409, y duró una semana entera.
En cuanto a su padre, empezó a visitar con más frecuencia que antes el colegio de la Merced: dos o tres veces por semana le llamaban a la hora de recreo para decirle que su papá le aguardaba en el salón, y al oírlo, volaba hacia allá con el corazón henchido de alegría.
Palabra del Dia
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