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Actualizado: 23 de junio de 2025


Para lograr este fin, hubiéramos sacrificado nosotros con buen ánimo la agricultura de Castilla, cuyas harinas no hubieran podido resistir la competencia, el comercio de Santander, bastante de la industria catalana y no cortos intereses de nuestra marina mercante.

Según la gente de tierra, no había ocurrido hasta entonces cosa que no fuera en Santander muy natural y corriente; y en verdad que no era para dejar pálido á nadie la rotura de algunos vidrios, unos cuantos paraguas vueltos del revés, tal cual sombrero arrancado de su correspondiente cabeza, y alguna que otra falda encaramada más arriba de lo acostumbrado.

Sea por razon de la topografía, sea por otras causas, Santander es una provincia mas semejante por su aspecto general á las vascongadas que á las de Castilla. Desde luego, en la hoya del Besaya no se ve un solo mendigo, ningun ser inútil, nada que indique miseria.

Días después redujeron a prisión, en el Castillo del Príncipe, a Rafael María de Mendive, más tarde deportado a Santander: y cuentan que Martí, ansioso de ver a su amado maestro, se fue al Gobierno, y sin más recomendación que su persona, consiguió un pase para poderlo visitar: y allí iba él diariamente, al calabozo del cubano prisionero, a llevarle el consuelo de su agradecimiento y su ternura.

Y no por eso teme nadie entre nosotros que en la Montaña, en Santillana o en Santander, en la patria del mismo Pereda, de Amós Escalante y de Menéndez y Pelayo, salgan hablando, el día menos pensado, un idioma distinto. La más seria amenaza de muerte que tiene el castellano es, según dice el Sr.

Llegó el mes de julio. La generala Bembo se fue huyendo del calor a Biárritz. Miguel no la siguió al instante, porque tenía que llevar a su madrastra y hermana a Santander; pero convino con ella en ir a pasar el mes de agosto a Pasajes, donde D. Pablo había tenido el capricho en otro tiempo de edificar una magnífica casa de campo.

Otros juzgarán el libro; que yo en esta ocasión me reconozco incompetente para todo lo que no sea saludar, desde lo más íntimo de mi alma, la bandera que flota sobre el libro, la bandera blanca y roja de la matrícula de Santander. (La

La prensa, que es periódica, tiene poco alimento para el reportaje en la vida regular y monótona de Bogotá; con frecuencia el Magdalena se ha rezagado con exceso, los vapores que traen la correspondencia se varan y se pasan dos o tres semanas sin tener noticias del mundo. ¿Dónde ir a tomar la nota del momento, el chisme corriente, la probable evolución política, el comentario de la sesión del Senado donde el «macho» Alvarez ha dicho incendios contra el Presidente Núñez, que Becerra ha defendido con valor y elocuencia? ¿Dónde ir a saber si Restrepo está en Antioquía de buena fe con los independientes, o lo que Wilches piensa hacer en Santander?

Antes de pasar más adelante, debe saber el lector que, desde tiempo inmemorial, existe entre los mareantes de la calle Alta y los de la del Mar, barrios diametralmente opuestos de Santander, una antipatía inextinguible. Cada barrio forma cabildo aparte, y no han querido para los dos un mismo patrono.

Así se hizo sentir la fuerza de aquel acontecimiento excepcional, hasta en los hogares más apartados del calor de la política y de las pasiones de partido. En otra parte he hablado yo del desdeñoso estoicismo de los mareantes de Santander enfrente de la maravillosa transformación que venía verificándose en esta ciudad, así en lo moral como en lo material.

Palabra del Dia

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