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Actualizado: 10 de julio de 2025


Su sonrisa amistosa no se borró y escuchó con tranquilidad á su suegro cuando éste le explicó las antiguas relaciones comerciales Harvey and y Marenval y compañía. Pero cuando Tragomer fué presentado á miss Maud por Sam Weller y se habló del viaje al rededor del mundo realizado por el joven, Sorege observó contrariado que el ganadero manifestaba por Cristián una repentina simpatía.

El de la cicatriz y Old Sam bajaron con un berbiquí, un cortafrío y un mazo a la bodega, y se les oyó golpear por dentro largo rato. Al cabo de un momento salieron los dos a cubierta. El capitán llevó los planos y los instrumentos de su cámara a la ballenera; algunos sacamos de nuestros cofres el dinero que guardábamos.

¿Pero Sam Weller no tiene más que cuadros auténticos? ¡Um!... dijo Marenval con acento de duda. Los pintores que los han hecho son conocidos y hay todavía personas que se los vieron pintar. ¿Y sus Rembrandt y sus Hobbema de usted, quién los garantiza? replicó Marenval con ironía. ¿También se les ha visto hacer? Los franceses sois incrédulos, dijo Harvey con calma.

Old Sam era un desertor de la marina inglesa, hombre inteligente y práctico. Tenía unos cincuenta años. Vestía marsellés y una gorra de pelo y llevaba el pito de plata, pendiente de un cordón de seda negro, enlazado en el ojal de la chaqueta. Franz Nissen, el timonel, era el que no abandonaba nunca la rueda del timón. Era un viejo ex presidiario que no hablaba con nadie ni se mezclaba en nada.

Ryp Timmermans tenía como pinche un chino, el chino Bernardo; un chino rubio que se dedicaba a cazar todas las ratas del barco y a comérselas. El jefe de los portugueses era un mestizo de indio, lacrimoso y sucio, que hacía de intérprete, y se llamaba Silva Coelho. El contramaestre, Old Sam, muchas veces no podía sujetar aquella gente y buscaba el auxilio del capitán.

Old Sam daba un martillazo a la palomilla de hierro que sujetaba el ancla de proa, y poco después se echaban las otras tres y quedaba el barco inmóvil. El nuevo Tristán y yo presenciamos el embarque, el primero que hicimos con este piloto.

¿Quién va? pregunté. Soy yo, Allen. Vengo con Sam Cooper, el contramaestre, y con Tommy, que quieren hablar con el piloto. Esperad un momento. Desperté a Tristán, que se echó de la hamaca y que mandó abrir inmediatamente. Por lo que contó Old Sam, portugueses y holandeses, sintiendo renacer sus odios, se batían a palos y a cuchilladas en la cubierta.

Los marineros fueron conducidos a presidios del interior y a los pontones próximos a Portsmouth y Chathan. A nosotros nos destinaron a un pontón del norte. Ugarte, Nissen, el timonel, Old Sam, el contramaestre, el irlandés Allen, que quiso venir conmigo por amistad, y otros prisioneros franceses. Al salir de Plymouth, Old Sam se tiró al agua. No se le vio durante algún tiempo.

Después de la comida, que había sido suntuosa, rápida y acompañada de música, lo que hizo imposible toda conversación y simplificó así las relaciones entre los convidados, reduciendo la comida á una simple manifestación gastronómica, los invitados se repartieron por los admirables salones del hotel Weller. Los hombres se fueron á fumar en el despacho de Sam.

Palabra del Dia

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