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Actualizado: 1 de julio de 2025
Yo comprendo como veneranda y punto menos que santa, aunque vaya por caminos extraviados, la intención del demagogo, demócrata y hasta socialista, que pugne por dar a todos los hombres educación liberal, recursos y cuantos elementos gozan los llamados aristócratas, si es que estos elementos valen, no sólo para gozar, sino para ser mejores; pero si sólo valen para gozar y ser más débiles, corrompidos y ruines, no me explico la democracia progresista, sino la democracia de Rousseau, que procura retrotraer a la humanidad al estado salvaje.
«Hay que guardar en todo caso las santas apariencias, y tributar a la sociedad ese culto externo sin el cual volveríamos al estado salvaje. En nuestras relaciones tienes un ejemplo de que cuando se quiere el secreto se consigue. Es cuestión de estilo y habilidad.
Ella hubiera preferido a Mesía, que estaba en las mismas condiciones y era mucho más antiguo. ¡Pero Álvaro estaba hecho un salvaje! La trataba como don Saturnino, antes de atreverse; con la finura del mundo y la miraba con la indiferencia fría y honrada con que la miraba el señor Obispo. Estaba segura de que ni al Obispo ni a Mesía les sugería su presencia jamás un deseo carnal.
Tras esto llegaba la operación suprema: colocarles la silla sobre los lomos, habituando su salvaje nerviosidad a esta servidumbre; acostumbrarles a la baticola y los estribos.
Tres hombres cantaban primero una estrofa; todos respondían con el estribillo, y luego tres mujeres cantaban otra, y así sucesivamente. Confieso que en aquella escena salvaje, pero llena del encanto de la fe y la piedad, encontré mas poesía y mas religión que en los cantos del vapor Bogotá.
Si no es la proximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo acecha, de una víbora que puede pisar; esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra, y puede quizá explicar en parte la indiferencia con que dan y reciben la muerte, sin dejar en los que sobreviven impresiones profundas y duraderas.
Al verlos los piratas, salieron de los matorrales lanzando gritos de triunfo y blandiendo sus parangs en son de amenaza. ¡Canalla! gritó Van-Horn . ¡Ahí va eso! El salvaje más cercano, herido por la bala del piloto, cayó a tierra dando un alarido de desesperación.
Confundidos en una sola masa, los furiosos monstruos van dando tumbos semanas enteras, no pudiendo, á pesar del hambre que les devora, resignarse al divorcio, ni desprenderse el uno del otro, y hasta en plena borrasca, véseles invencibles, invariables en su salvaje abrazo.
A la orilla de un arroyo Se vén veinte coraceros Dispersados en guerrilla Sobre caballos lijeros; Se ven al frente asomar Bajo los talas y seibos Que baña Santa Lucía Míl y quinientos guerreros; Y el denodado Campon Mandando los coraceros Con firmeza les repite: «Antes que rendirse... ¡fuégo!» Lanzando grito salvaje Viene la tropa de siervos, Como una nube de polvo O una bandada de cuervos.
Cuando cumple a la Fortuna mostrarse con él espléndida, le asalta traidora muerte, le aguarda salvaje huesa; pero logra el buen Hernando, por preciada recompensa, ¡aquí abajo eterna fama y allá arriba gloria eterna! Alicantino, de Novelda, aunque originario de Valencia.
Palabra del Dia
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