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Y saludó, no atreviéndose á ofrecer la mano á Clementina, tanto era su miedo de embrollar las cosas. Mauricio y Herminia hicieron un movimiento para acompañarle, pero la señorita Guichard detuvo á su sobrina por medio de una imperiosa mirada. Hasta luego, dijo Roussel; y salió con Mauricio.

El maestro de armas sólo contestó con un ligero movimiento de sorpresa y un serio saludo. Señor replicó la señora de Maurescamp, cuya palabra era al mismo tiempo precipitada e indecisa , señor, ya comprenderá nuestra ansiedad... ¿Puede decirnos algo para tranquilizarnos? Perdón, señora, ¿puedo saber quién es el adversario? El adversario es el señor de Lerne.

Y al ver triunfal que su pendon flamea Afloja de la muerte el fiero nudo Y dice á Tebas: «Madre, te saludo! «Quedan mis hijas: Leuctra y MantineaTambien dos hijas bellas nos dejaron Los que el libre pendon dieron al viento, Y á su sombra su espíritu entregaron; Hijas son de su esfuerzo y su ardimiento: La Independencia que ellos proclamaron, La libertad que dió su pensamiento.

Saqué un duro del bolsillo y, tirándolo sobre la mesa, dije: «Ese duro al cinco, señor LlagosteraLevantó la cabeza, y al verme se inmutó ligeramente; pero, reponiéndose en seguida, me saludó con la mayor desvergüenza: «Buenas noches, compañeroCuando le conté la aventura a Villa, se tiraba en la cama de risa.

Ese usual cumplido tenía en este sujeto una aplicación tan exacta, que Stein no pudo menos de sonreírse al devolver al militar su saludo.

Casi todos los días el exsecretario se encontraba con Tellagorri y cambiaban un saludo y algunas palabras acerca del tiempo y de la marcha de los árboles frutales. Al comenzar a verle acompañado de Martín, el señor Soraberri se extrañó y miraba al muchacho con su aire de elefante hinchado y reblandecido.

Hablaba con una dulzura infantil, y el empleado acabó por reir, lo mismo que la mujer de la taquilla. La vieja los saludó á los dos con agradecimiento al ver que la dejaban pasar. Luego saludó también á un policía inmóvil en el pasillo de entrada, como si fuese un antiguo amigo. No le parecía el mismo de la noche anterior...pero ¡por si acaso era!...

Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo en su hueco Spadoni. ¡Oh, Alteza! Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe como si lo hubiese visto el día anterior. Fué guiándole por corredores y salones sumidos en una penumbra policroma y que olían á polvo. Hacía muchos meses que los ventanales de colores no habían sido abiertos ni descorridas las cortinas.

Parecía que Méjico me estuviese esperando, como uno de esos volcanes bondadosos y bien educados que permanecen tranquilos durante siglos y, apenas un explorador huella su cumbre por primera vez, empiezan á rugir y á soltar humaredas á guisa de saludo.

Las niñas se pasean por un lado, como manadas de pavos, y los hombres por otro; sin hablarse, dirigiéndose miradas, lo que allá llaman afilar, y sin atreverse a un saludo. Luego, el encierro en casa todo el día... la conversación con las amigas de mamá. No: ¡primero morir! Yo necesito ir a Berlín. ¡Si tu conocieses lo hermoso que es Berlín!...