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Actualizado: 20 de julio de 2025
Yo, visto que no podía sin algún arte forzar su voluntad, otorgué su demanda, y mudando el cabo de la aguja di la vela al tiempo que anochecía, y otro día al salir el sol estábamos dentro del Cabo de Carthagine, teniendo todos ellos por cierto que íbamos á Marsella...»
Al salir del ascensor, la inglesa se dirigió con paso rápido a la oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel.
El carácter zalamero y adulador de la doncellita había ganado su corazón de tal manera, que con él, sin saberlo ella misma, le había entregado la voluntad. Estefanía era de hecho quien mandaba en la casa, pues que mandaba en la señora. El criado que no entraba en su gracia, podía prepararse a salir en plazo más o menos corto.
El deseo de salir de una situación semejante y el mal ejemplo me arrastraron, y jugué, jugué lo que tenía y lo que no tenía. ¡Ochenta mil nacionales! ¿de dónde sacarlos? Mi alma al diablo vendería. ¡Que venga el diluvio! ¡Ojalá! Calló el joven pálido y los dos hombres se miraron, entristecidos.
Las damas le miraban atónitas y él sonreía picaresco; levantó al fin la tapa con mucho misterio, y entre perfumados papeles de seda apareció la babucha. Mientras tanto, Jacobo, sin salir de su aposento del Gran Hôtel, daba vueltas a su proyecto.
El primer contraste que tuvieron fué la perfidia de los Payaguás, que entreteniéndolos con buenas palabras y con muestras de tener ardientes deseos de ser cristianos, intentaron sorprenderlos á traición, quitarles las vidas, así á ellos como á los indios cristianos que los conducían, y pegando fuego al barco, robar y aprovecharse de la clavazón de hierro; mas frustrado su impío designio por aviso secreto de algunos menos inhumanos que había entre ellos; y sin embargo, tuvo osadía para salir al descubierto contra ellos en sus ligerísimas canoas un cuerpo de doscientos indios, que, como más abajo veremos, lograron al fin cogerlos desprevenidos y matarlos á traición.
Y sin poder evitarlo, empieza a agarrarse con mano nerviosa a su amiga y a dejar salir de su boca exclamaciones de angustia y terror. ¡Ay, Dios mío, vamos a perecer; vamos a perecer! No pasa nada; tranquilízate, Rosario.
Y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el mozo de Cabra, diciendo que él había visto meter en casa, recién venido, dos frisones y que a dos días salieron caballos ligeros, que volaban por los aires; y que vió meter mastines pesados, y a tres horas salir galgos corredores; y que una cuaresma topó muchos hombres, unos metiendo los pies, otros las manos, otros todo el cuerpo, en el portal de su casa, esto por muy gran rato, y mucha gente que venia a solo aquello de fuera; y preguntando un día que qué sería, porque Cabra se enojó de que se lo preguntase, respondió que los unos tenían sarna y los otros sabañones, y que en metiéndolos en aquella casa morían de hambre, de manera que no comían de allí adelante.
Fuera de la alquería, por la parte de la torre, sonaban tiros. ¡Otro ataque al señor, lo mismo que dos noches antes!... Pepet, al escuchar los últimos disparos, pareció alegrarse. Eran de don Jaime: conocía el estampido de su revólver. Pep había encendido el farol que le servía para salir al campo, su mujer cogió el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin pensar en el peligro.
Que haré lo que me mandan, y que cuando quieran venir por mí, estoy dispuesta a salir del convento.
Palabra del Dia
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