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Actualizado: 30 de abril de 2025


Chinto, al ver a las muchachas, se paró de pronto, y soltando el mango de la cuchilla, y sacudiéndose el tabaco, como un perro cuando sale de bañarse sacude el agua, se les acercó todo sudoroso, y con un sobrealiento terrible: Aquí se trabaja firme... dijo con ronca voz y aire de taco. Se trabaja... prosiguió jactanciosamente, y se gana el pan con los puños.... ¡Se trabaja de Dios, conchas!

¡Desdichada! murmuró él torvamente, volviendo a su abatimiento antiguo . ¡Das con el pie a la felicidad! es decir, a la felicidad no, pero al menos a su sombra, y sombra tan hermosa al fin.... Incorporose de pronto; sacudiéndose y retorciéndose como un león en la agonía. Dame una razón gritó . Si no, me mataré a tu vista.

Esta madrugada, cuando empezaba a alborear, me despierta con sobresalto un tremendo redoble de tambor... ¡Rataplán, rataplán!... ¿Qué es esto? ¡Un tambor en mis pinos, y a tales horas!... ¡Qué cosa más extraña! Pronto, a prisa, me levanto y corro a abrir la puerta. ¡No veo a nadie! Cesó el ruido... De entre unas labruscas húmedas, vuelan dos o tres chorlitos sacudiéndose las alas.

¡Ya me lo decía yo!... exclamó sacudiéndose, y, adelantándose hacia , me alargó una mano roja y tosca de trabajador, toda encallecida y agrietada. «¡Qué palurdome dije mentalmente. Cuando ya estuvimos dentro de la casa, me examinó nuevamente. Todavía eras una pequeñuela, cuando salí de aquí, y me parece verdaderamente extraordinario que te asemejes tanto a Marta.

Los techos reverberando, los pintorescos balcones verdes y azules, las altas y elegantes azoteas de estilo morisco, los arbustos cuajados de flores y perfumes, los grupos animados de una poblacion en que se veian tipos muy variados, los mármoles resplandecientes de las casas mas lujosas, los lejanos castillos destacándose sobre las ondas, las montañas, confusas en lontananza, el mar encrespado y sacudiéndose bajo su manto de luz crepuscular, el sol, enorme por un efecto de óptica, como bañándose en el océano, la brisa agitando suavemente los árboles, el cielo de una hermosura extraordinaria; todo aquello me llenó de encanto, de embriaguez, dejándome en el alma una hondísima impresion que nunca olvidaré.

La fiebre levantina enloquecía a los nietos de los rífenos, y eran muchos los que, con la blusa chamuscada, sacudiéndose la lluvia de pavesas, corrían siguiendo la marcha del fuego, deteniéndose para silbar al pirotécnico cuando la traca se cortaba, apagándose por algunos segundos.

Palabra del Dia

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