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Actualizado: 23 de junio de 2025


¡Ay, que es Neluco! exclamó con un timbre de voz que parecía nota de un salterio, y con su carita de angelote de Rubens, inundada de alegría . ¡Toma! añadió enseguida viniendo hacia nosotros y mirándome un tantico ruborizada, como si tratara de enmendar su descortesía conmigo . ¡Y viene con otro señor muy cabayeru!

Recuerdo además un Bodegón, de Velázquez; una Santa María Egipciaca, de Rivera; una Cena, de Vinci; una Cabeza de San Francisco y un San Pedro Advíncula, del dicho Rivera; nueve cuadros de la Vida de la Virgen, de Lucas Jordán..... y, en fin, una multitud de lienzos notables, si no de primer orden, de Palomino, Zurbarán, Murillo, Vandik, Rubens, Valentín Díaz, etc.

Es posible que con las duchas, la nuez de Kola y el vino ferruginoso, los dramas noruegos me parezcan tan interesantes como los de Shakspeare, Calderón ó Schiller, los místicos rusos tan profundos como Platón y Spinoza, las novelas de la escuela naturalista tan bellas como las de Longo, Cervantes y Goethe, los cuadros de los decadentistas franceses mejores que los de Rubens y Velázquez.

En medio del ángulo de la derecha, entre pinturas de Rafael de Urbino, de Rubens, de Ticiano y Poussin, vimos un cuadro que parecia presidir aquella especie de banquete histórico; un banquete á que asisten silenciosamente tantos genios. El brigadier Rotalde se destoca, y con una valentía de sentimiento, que no fué dueño de reprimir, exclamó: ¡viva Bartolomé Estéban de Murillo!

Es un mozo de rasgos enérgicos, de bigote negro, con cierto aire tribunicio, de «mitinero» electoral, a cuya afición ¡ay! debió su triste fin, ya relatado en otra ocasión. La viuda vuelve hacia él sus grandes ojos azules, de Dolorosa de Rubens, y suspira: «¡Ay, Arturito, qué felices fuimos!...» Dos lágrimas resbalan por las mejillas de Margarita.

Imagínese tres mozas rubias y metidas en carnes, la falda corta, y sobre ella una blusa larga rayada que deja al descubierto unos brazos de blancura germánica y una pechuga a lo Rubens. Ayer pasé con ellas la tarde, viendo cómo sudaban las pobrecitas dándole a las planchas eléctricas y cómo reían al oírme hablar horas enteras sin entender una palabra.

Después de emprender Rubens su viaje de vuelta fueron pagados a Velázquez, según consta en los archivos de Palacio, 400 ducados en plata: los 300 a cuenta de sus obras y los 100 por una pintura de Baco que hizo para servicio de S. M. Así se designó entonces la obra más popular de Velázquez: el famoso cuadro de Los Borrachos.

El paseo por sitio tan monumental halagaba la fantasía de la dama, trayéndole reminiscencias de aquellos fondos arquitectónicos que Rubens, Veronés, Vanlóo otros pintores ponen en sus cuadros, con lo que magnifican las figuras y les dan un aire muy aristocrático.

En época más remota honró sobremanera a Dello el florentino, D. Juan II de Castilla; y lo mismo hicieron Francisco I con el Vinci, Julio II con Miguel Ángel, León X con Rafael, María de Médicis con Rubens, y la villa de Amsterdam con Rembrandt.

Si yo fuese rico, daria por estos dos palmos de lienzo, tanto como dió el Louvre por la ASUNCION. Este pequeño cuadro vale más que la apoteosis de Rubens, no menos que la Vírgen que hemos visto hace poco. Apenas se concibe que pueda presentarse un pasaje tan trivial de la vida humana, de un modo tan encantador, tan elevado, tan filosófico, tan perfecto.

Palabra del Dia

irrascible

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