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Rubens tenía entonces cincuenta y un años, Velázquez veintinueve. ¡Qué cosas diría la madurez de juicio a la plenitud de la esperanza!

El pintor, cuando se llama Rubens, Vinci ó Tiziano, lleva impresa en su cerebro la naturaleza; le basta haber visto un objeto para poder trazarlo con mano segura, aunque el tiempo y la distancia se lo oculten. El poeta no necesita siquiera esta visión. Lleva en mismo el alma entera de la humanidad y un leve signo le basta para adivinar la de cualquier hombre.

Pez y Rosalía, como he dicho, salían a dar vueltas por la terraza. La ninfa de Rubens, carnosa y redonda, y el espiritual San José, de levita y sin vara de azucenas, se sublimaban sobre aquel fondo arquitectónico de piedra blanca que parece tosco marfil.

Al parecer, hablaban de pintura. Cecilia y Gonzalo, que charlaban aparte, la oyeron decir: ¡Oh, Rubens! ¡Qué modo de pintar la carne! Rubens es el Cervantes de la pintura. Gonzalo volvió la cabeza como si le hubieran pinchado. Y una viva sorpresa se pintó en su rostro. Chica, ¿dónde ha aprendido mi mujer estas cosas? dijo en seguida a su cuñada. Esta se encogió de hombros.

Dos veces estuvo Rubens en España; la primera cuando en 1603, enviado por el Duque de Módena, a quien servía, vino a la Corte de Valladolid, portador de ricos presentes para Felipe III y para el Duque de Lerma.

Las sedas, los rasos, la grata comodidad de los muebles, cuyas curvas incitaban a la voluptuosidad, la satisfacción de aprovecharlo todo, siendo ajeno, y la presencia de aquella mujer, que aunque ordinaria parecía una figura de Rubens, le tenían extático, suspenso el espíritu y alborotados los sentidos.

Que le conoce cuanto ha que vino a Madrid..... Que siempre le ha conocido en Palacio a vista de S. M. con nombre de mayor pintor que hay ni ha habido en Europa, y que así lo confesó Rubens, un gran pintor que vino a esta corte..... Que le ha visto este testigo pintar en Palacio lo que S. M. le ha mandado, así para España como presentes que ha hecho a otros Príncipes de Europa; y sabe que lo ha enviado tres veces a Italia, como a Venecia, Roma, Florencia y otras partes, donde ha tenido mucha amistad con los SS. PP. Urbano VIII e Inocencio X, teniéndole en todas estas provincias por el modelo de la pintura, sacando retratos, etc..... Y en las jornadas que ha hecho ha sido siempre para traer originales de su mano y de los pintores y estatuarios antiguos..... Que el pretendiente es quien acabó y perfeccionó el Panteón del Escorial.

Desde entonces está situada, en donde ahora la admiran los viajeros de todo el globo. ¡Quién habia de decir á los buenos frailes de Sevilla, que aquella ASUNCION que no hacia á su convento, habia de ser vendida al Museo del Louvre en ciento sesenta talegas de napoleones, y que debia presidir la gran sala de aquel suntuoso Museo, entre pinturas de Poussin, de Rubens, del Ticiano y de Urbino!

Si de mozo no sedujo a Velázquez el clasicismo sabio, pero frío de Pacheco, tampoco se dejó deslumbrar por la magnificencia de Rubens, a quien seguramente vio, en su visita a Madrid, pintar originales y copias: ni su entusiasmo por Tiziano y Tintoretto, le hizo vacilar en aquel amor que mostró dentro de lo verdadero a lo más sencillo.

Despues de dirigir la última mirada al cuadro español, con cierto orgullo nacional, pasamos á una galería, y luego á un salon, en donde no hay otras pinturas que la apoteosis de Catalina de Médicis, por Rubens, por el gran Rubens.