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Actualizado: 24 de junio de 2025


En mi frente había un loco florecer de pensamientos y de tristezas nocturnas... ¡Fuera lloraban los vientos! Mis pobres quimeras iban rotas en el torbellino; mis pies no tenían rumbo, ni mi espíritu destino; pero allá lejos un niño, un niño ciego y divino, me disparaba una flecha y me enseñaba el camino. Tomé la pluma.

El verde de la vegetación se diluía bajo sus pasos; las cercas caían rotas; el polvo se alzaba en espirales detrás del sordo rodar de los cañones y el acompasado trote de millares de caballos. A los lados del camino habían hecho alto varios batallones con su acompañamiento de vehículos y bestias de tiro. Descansaban para reanudar su marcha. Conocía á este ejército.

La limosna no bastaba ni con mucho; en vano se privaba ella hasta de su ordinario alimento, para disimular en casa la escasez; en vano iba con las alpargatas rotas, magullándose los pies. La economía, la sordidez misma, eran ineficaces: no había más remedio que sucumbir y caer diciendo: «Llegué hasta donde pude: lo demás hágalo Dios, si quiere».

Viéronse notables hechos en armas porque iguales en valor aunque desiguales en número, combatian. El teatro de esta tragedia era un llano, que por espacio de dos leguas se estendia á las faldas del Hemo. La caballería, destrozadas las armas, muertos los caballos, las espadas y mazas rotas, con las manos, con los cuerpos, se sustentaban en la pelea.

Era el público que salía del mitin y se detenía ante los balcones de las mejores casas, protestando de las colgaduras en honor de la Señora de Vizcaya. La gente silbaba: comenzaban á volar las piedras por encima de la negra masa: caían con estrépito las vidrieras rotas. Aresti se vió solo.

¡Seis duros! ¡Qué vergüenza! exclamó Doña Paca, dando vueltas a su indignación y a la inquina y despecho acumulados en su alma durante tantos años de oprobio y escasez . La cara se me pone como fuego al decirlo. ¡Seis duros! y unos pingajos de Purita, guantes sucios, faldas rotas, y un traje de sociedad, antiquísimo, de cuando se casó la Reina... ¿Para qué me sirvieron aquellas porquerías?... En fin, sigue contando: le encontraste, ¿a qué hora, en qué sitio?

Evitaban el tocarle, como si fuese algo gelatinoso y repelente: un pulpo con las extremidades rotas; una mucosidad informe de la guerra.

Rectángulos de tierra apisonada marcaban el emplazamiento de las baterías enemigas antes de retirarse. Encontró cañones volcados con las ruedas rotas, armones de proyectiles convertidos en madejas retorcidas de barras de acero, conos de materia carbonizada, que eran residuos de hombres y caballos quemados por los alemanes en la noche anterior á su retroceso.

Hay, allá lejos, negras y feas, las hornallas donde echan el carbón para el vapor los hombres tiznados. Pero adonde todos van es al campo que tiene delante el palacio donde los soldados mancos y cojos cuidan la sepultura de piedra de Napoleón, rodeada de banderas rotas: ¡y en lo alto del palacio, la cúpula dorada! Todos van, a ver los pueblos extraños, a la Explanada de los Inválidos.

»Este Retiro es bonito; sólo que..., de aquellas cosas que pasan, habiendo tantos que tienen frío, el pueblo debía venir aquí a cortar leña... Entro por este paseo de los muñecos de piedra con las manos y las narices rotas. ¡Qué feos son!... Hola, hola, ¿niñitos con guantes? ¡Y cuántos perifollos gasta esta familia!

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