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Nada tenía esto de particular, y es lo más usual cuando no se tiene el viento por la popa; pero he aquí que a Rosario, la amiga de la señorita de Mory, se le mete en la cabeza de pronto que aquel cambio de motor náutico significa peligro inminente de naufragio, el cual se le representa a la imaginación con todos los horrores de que suele venir rodeado en las novelas por entregas: la densidad espesa de la noche, las olas elevándose como montañas a los cielos, los gritos de los náufragos mezclándose a los rugidos de la mar, etcétera.

Dió algunos pasos hacia aquella persona, que era un clérigo de más que mediana edad, gordo y pequeño. Venía con su rosario en la mano y la vista fija en el suelo. La huérfana respiró con tranquilidad, porque aquel personaje venerable que tenía ante debía de ser un santo varón, de esos cuyo fin en la tierra es consolar á los afligidos y ayudar á los débiles. #Continuación del "vía-crucis".#

Antes parecía estar como en la gloria sentado frente á su señora, callando, sonriendo y sin quitarla ojo. Á las cinco, poco más ó menos, la condesa volvía á casa para recibir las visitas de los amigos de Vegalora. Al oscurecer comían y después de rezar el rosario y acostar á los niños se encerraba en su cuarto y pasaba gran rato leyendo antes de irse á la cama.

Rosario se animó con la conversación; parecía rejuvenecerse junto á esta amiga de la niñez. Sus ojos, antes mortecinos, chispearon al recordar el pasado. ¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad?... Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador!... Era lo único que podía consolarla.

Después de la cena se reunían todos en casa del padre, y mientras los cuatro hombres, sentados en tajuelas frente al fuego, departían gravemente sobre la faena del día siguiente, la madre y la hija, hilando un poco más allá, no perdían de vista á los niños que correteaban por la vasta cocina. Al cabo se rezaba el rosario.

Contigua á la alcoba del padre estaba la de los hijos, y en ésta el lecho de Valentín, que pasó la noche inquietísimo, sofocado, echando lumbre de su piel, los ojos atónitos y chispeantes, el habla insegura, las ideas desenhebradas, como cuentas de un rosario cuyo hilo se rompe.

Podrán hurtarme mis veneros de oro, pero al perder tan singular tesoro, es que habré sido traicionado y muerta. Rizal, Mabini, del Rosario y Luna, hijos míos y tuyos son. Cada una lleva en la frente un evangelio escrito. Si yo les mi maternal entraña, no empresa mía fué, sino de España, fundir el alma en su troquel bendito.

Todo aquel rosario de coches está movido por un endemoniado artificio o mecanismo, que tiene dentro fuego y vapor, y sopla que sopla, va andando. Yo no cómo es ello. Me lo ha explicado D. Salvador; pero no lo he podido entender. ¿Y esa manera de ir acá y allá no se pondrá en otras partes?

En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse.

No tardó en llegar al pueblecillo y lo atravesó sin hacer ruido. Todo estaba en reposo. En las casas no había luz. Sólo al pasar por delante de una puerta escuchó las voces gangosas de algunas mujeres que rezaban el rosario. Dió la vuelta con precaución al palacio, pero no pudo colocarse delante de los balcones de la condesa, porque había demasiada claridad en aquel sitio.