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Actualizado: 27 de noviembre de 2025
Era buena cristiana, iba á misa todos los días y rezaba el rosario con los criados todas las noches; pero en todo ello había algo de maquinal, de fórmula, costumbre ó rutina, sin que Doña Antonia se metiese en honduras religiosas.
Resucitaba dentro de la ramera, pasiva bestia acostumbrada á los golpes, la hija de la huerta, que desde que nace ve la escopeta colgada detrás de la puerta y en las festividades aspira con delicia el humo de la pólvora. Después de hablar del triste pasado, la curiosidad despierta de Rosario fué preguntando por todos los de allá, y acabó en Pepeta. ¡Pobrecita! Bien se veía que no era feliz.
Tan pronto ideaba obstáculos insuperables para unirse con su amada, ya fuese la oposición violenta de D. Marcelino el cual, dicho sea entre paréntesis, no pensaba en semejante cosa, ó algún funesto misterio que se interponía entre ambos, como se complacía en llamarla su prometida y su esposa y en que saliera á paseo con su madre D.ª Rosario ó viniese á comer á su propia casa.
No, no es esto; á ver esto otro dijo hojeando más: Es, pues, esta oración una centellica que comienza el Señor á encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo. Vamos, tampoco es esto. No he de encontrar hoy el pasaje. Sigamos, hermana, en nuestro rezo. Empezó formalmente el rosario.
Y sea porque la vista de los guardias le turbase ó no tuviera en gran respeto al santo que iba en semejante compañía, no rezó ni siquiera un requiem æternam. Detras de S. José venían las niñas alumbrando, cubiertas la cabeza con el pañuelo anudado debajo del menton, rezando igualmente el rosario aunque con menos ira que los muchachos.
Yo no lo he visto; pero como si lo hubiera visto dijo el hermano. ¿Y por eso nos hacéis rezar tanto el día de Difuntos a la hora del Rosario? preguntó la niña.
Mejor harías de decirme qué te pareció aquel joven moreno que estaba ayer en el rosario al lado de la señorita de Sarcicourt. Un joven moreno... en el rosario... al lado de la señorita de Sarcicourt... No le reparé. Sí, sí, recuerda bien... ¡Dios mío! otro pretendiente... ¿Por qué no?
¿Y bien, Alvarez? preguntó Massareo que no comprendía la obstinación del barco cañoneado. Señor, todas las balas le han caído encima y el maldito no se menea. Y sin embargo, hay gente a bordo, lo juraría por mi rosario.
Querida dijo una de ellas, me está usted distrayendo. Es verdad confesó la otra, y voy a rezar humildemente un diez del rosario para pedir perdón a Dios. Se puso de rodillas y sentí pasar por mis cabellos su aliento de víbora. Yo también me arrodillé para evitarlo. Estaba furiosa.
Un cortejo de privaciones, el largo rosario de las economías, desfiló ante él: nada de viajes, nada de caballos, nada de partidas de placer. Después, se abismó en visiones, para él aterrorizadoras: un sastre de segundo orden, una mujer mal vestida, obligada a frecuentar los ómnibus y los tranvías.
Palabra del Dia
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