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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Toda la nacion junta le rogó que se quedase, y los Turcos, y Turcoples hicieron lo mismo, solicitando siempre á Rocafort que le detuviese; pero como estaba ya resuelto de partirse, y habló con alguna libertad á favor d Berenguer de Entenza, y Fernan Jimenez, no quiso ponerse en peligro, ni dar ocasion á Rocafort que con pequeña ocasion le diese muerte como á los demás.
Juan partía al día siguiente... Bettina le rogó con insistencia viniera a pasar el último día en Longueval, a comer con ellas. Pero Juan se negó, alegando sus ocupaciones la víspera de la partida. Llegó a la noche, como a las diez y media. Había venido a pie, y más de una vez en el camino, pensó volver sobre sus pasos. Si tuviera valor se decía, no la volvería a ver.
Por fortuna, Arturo estaba íntimamente relacionado con uno de los hijos del señor de Bourmont, que partía a la siguiente noche para Argel, donde se preparaba una importante expedición, y le rogó que le admitiese en su compañía como voluntario, pero sin comunicar a nadie su proyecto, ni a su tío ni al Rey.
El maníaco marqués estaba tan tembloroso, tan desencajado y lívido como si sobre él pesase una terrible desgracia. Su confusión y dolor se aumentaron cuando Amparo le ordenó marcharse. No convenía que le viese Salabert allí. Rogó con los mayores extremos que le permitiese aguardar el fin de la aventura; pero fué en vano.
Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió, y fingió Lotario con tantos sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al través con el recato de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y más deseaba. »Rindióse Camila, Camila se rindió; pero, ¿qué mucho, si la amistad de Lotario no quedó en pie?
El año pasado, un día en que el señor se fue... La señora le rogó mucho que no la dejara sola... Pero él se marchó, y entonces la señora lloró mucho, mucho, y habló de la muerte... Cuando el señor volvió, yo le dije que tuviera cuidado con lo que ella pudiera hacer. ¿Qué tiene usted que contestar a esto? dijo con frialdad Ferpierre, volviéndose hacia el Príncipe y mirándolo fijamente.
No lloró Juanita, porque tenía muy hondas las lágrimas y rara vez lloraba; pero con acento conmovedor y apasionado les rogó que se callasen sobre lo ocurrido, prometiéndoles que en el término de seis meses ella les daría los ocho mil reales que el forastero se había llevado. Contaba para esto con la voluntad de su madre, de la cual estaba cierta de disponer como de su propia voluntad.
Pero ¡ah! cuando al versículo amenazador siguió el de la esperanza ¡con qué fe, con qué fervor escuchó la promesa de la infinita misericordia! ¡cómo, vertiendo copioso llanto, rogó a Dios, invocando su clemencia, que olvidase su justicia, recordando sólo su misericordia y su magnanimidad!
Todos nos sentíamos consternados, y la Reina más que todos: adoraba a su esposo, de quien veía amenazadas la razón y la vida con aquella negra enfermedad, y no sabía de qué medio valerse para librarle de la muerte, cuando pensó en Farinelli, cuya voz, se decía, obraba milagros. La Reina rogó al cantante que viniese a Madrid, y le colocó en una habitación contigua a la del Rey.
Almorzó con muy buen apetito, y luego, mientras que la Condesa viuda dormía después del almuerzo, como tenía de costumbre, se fue a la biblioteca con su hermano Enrique, le contó su encuentro con el pájaro zancudo, le enseñó la tela de seda y le rogó que tradujese lo que en ella había escrito.
Palabra del Dia
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