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Actualizado: 23 de julio de 2025


Se le vio, a la salida del teatro, en un café del bulevar del Temple, rodeado de figurantes mal afeitados y de cómicos ínfimos que bebían un ponche en su honor, le contemplaban con los ojos muy abiertos y se disputaban la gloria de estrechar la mano de un duque que no era nada orgulloso. Pero aun descendió más, si esto era posible.

Doña Elvira no podía quejarse de los últimos momentos de su hermano. Había muerto como quien era: como un caballero cristiano, como una persona decente. La enfermedad mortal le había sorprendido en una de sus juergas rodeado de mujeres y mozos de valor. La sangre del primer vómito se la habían limpiado las amigas con sus pañolones bordados de chinos y rosas fantásticas.

En efecto, hace ya cerca de dos siglos y cuarto que el primer emigrante británico de mi apellido hizo su aparición en el agreste establecimiento rodeado de selvas, que posteriormente se convirtió en una ciudad.

En el camarote del capitán, un inglés, con blanco casco a la cabeza, rodeado de damas que bebían cognac, tocaba melancólicamente en la flauta el aria de «Bonnie Dundée». Eran las once cuando bajé a mi cámara.

Este estaba rodeado por una espesa cerca, y al fondo había un banco cubierto de yedras y madreselvas. Se veía en verdad una abertura en la cerca, pero quedaba cerca de la casa, y alguien que estuviera bajo aquel techo de follaje no podría ser visto desde afuera.

«.....Puesto en la jaquilla, apenas dió tres ó cuatro pasos cuando comenzó á dar voces que le bajasen, que se desvanecía, y como iba rodeado de sus criados, le quitaron luego, y desde entonces nunca más se puso en cabalgadura alguna

Me le ha pintado como pudiera haberme pintado á Luzbel, rodeado aún de hermosos fulgores de su primitiva naturaleza angélica, valeroso, audaz, inteligente como pocos seres humanos. Me ha hecho creer que ejerce tal imperio sobre las almas, que las atrae y las cautiva, y las pierde si gusta. En su mirada hay una luz siniestra que ciega ó extravía.

Si yo hubiese tenido a los veinte años un amigo como y una amante como Rosita, no estaría en este lugar, tendría aún ilusiones, una familia, dulces afectos, y me extinguiría dulcemente un día rodeado de mis nietecitos... ¡Singular destino!... Y después de una pausa, se quitó un pañuelo de seda roja que llevaba al cuello y se lo dio a Blasillo. Toma, lo llevarás en recuerdo mío. ¡Adiós!

El doctor es perfecto; me trata como si esperase curarme. El marqués es un excelente hombrecito; el viejo Gil me ha rodeado de atenciones. Yo no he querido entristecer a todas esas gentes con el espectáculo de mi agonía y ya ve usted cómo he salido del paso. Tanto peor para los que contaban con mi muerte; tendrán que esperar bastante tiempo.

Esto llevó la conversacion al pueblo de Isagani, rodeado de bosques y situado á orillas del mar que ruge al pié de las elevadas rocas.

Palabra del Dia

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