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Actualizado: 17 de junio de 2025


En la historia de Foe, el héroe es harto menos prodigioso. Es por consiguiente más verosímil lo que ocurre. Robinsón había vivido en medio de una sociedad civilizada, y evocando el recuerdo de lo que había visto, se limitaba a reproducirlo más o menos groseramente. Hay Benyocdan es personaje mucho más fantástico. El mismo novelista ignora cómo su héroe ha venido al mundo.

Era muy difícil abrirse paso á través de las encinas nuevas aún, pero ya vigorosas, de que se componía aquel monte y que entrelazaban, como las empalizadas de Robinsón, sus oblícuos troncos y sus tupidas ramas.

Ningún hombre aparecía a la vista; en el fondo, tras la sencilla cortina de rojo terciopelo, con las armas de Butrón bordadas en el centro, que cerraba la emboscadura del teatro, adivinábase, sin embargo, algo masculino, algún espíritu no santo que tosía y estornudaba como el resto de los mortales, porque dos toses y un estornudo, habían llegado al oído avizor de la señora de Barajas, que estaba allí cerca; tocó con el codo a su hermana, diciéndole muy bajo: «Aquí hay duendes»; y la otra, sin volver la cabeza, contestó muy seria: Robinsón y su negro Domingo, que se habrán constipado en la isla desierta.

Todo estaba sabiamente previsto por una imaginación familiarizada con los asuntos culinarios, y alguien pudo decir en la mesa, con verdad, que no era tan desdichada la vida en una isla desierta, como se decía en el Robinson Crusoe y en otros libros.

No nos sería posible ya atravesar otra vez el campo dijo Adelaida. Parémonos, pues, en la primera casa repuso aquella. La primera casa dijo Adelaida, mirando a través de la naciente oscuridad, es del squire Robinson dijo y echó a Carolina una mirada picaresca que hasta en su inquietud y miedo hizo que las mejillas de la niña se tiñeran de carmín. ¡Eso es!

Sólo le restaban a Febrer unos miles de duros: tal vez no llegarían a quince; pero mejor era esto que vivir en su antiguo ambiente de gran señor sin tener que comer y sometido a las exigencias de los acreedores. «Ya es hora de que vuelvas. ¿Qué haces ahí? ¿Vas a estar toda tu vida como un Robinsón en esa torre de piratasDebía volver inmediatamente, para vivir en alegre modestia.

Hubiese querido hablar con abandono y ligereza, saber hacer chistes y comparaciones y echármelas de Tenorio. Hasta se me ocurrió abandonar el mar y hacerme comerciante, o por lo menos empleado. Ya no pensaba en islas desiertas ni en hacer de Robinsón; mis ideales eran otros. Quería transformarme en un andaluz flamenco, en un andaluz agitanado.

Antes de salir de aquí voy á probar el último recurso; voy á vivir á lo Robinsón. Dialogaré con la naturaleza y huiré de todo ser humano en lo que me sea posible

Perseverantes devotos de ese culto de la energía individual que hace de cada hombre el artífice de su destino, ellos han modelado su sociabilidad en un conjunto imaginario de ejemplares de Róbinson, que después de haber fortificado rudamente su personalidad en la práctica de la ayuda propia, entrarán a componer los filamentos de una urdimbre firmísima.

Así era, en efecto: el gran Robinsón y el señor Pulido hallábanse tras el telón, observando por los dos imperceptibles agujeritos que servían en otro tiempo para registrar la sala a los ilustres actores que habían pisado aquella escena aristocrática.

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