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Pero su temor iba disminuyendo porque Yégof y su fúnebre cortejo se hallaban cada vez más lejos y se encaminaban hacia Halzach. El cuervo, lanzando un grito ronco, extendió las alas y levantó el vuelo en el cielo azul pálido. Esta sorprendente escena desapareció sin dejar rastro. Durante largo tiempo, Robin oyó los aullidos que, poco a poco, se extinguían.

Cada cual pensó en los parientes, en los amigos que no volverían a ver; y todos, los de la cocina y los de las trojes, se precipitaron en tropel hacia la meseta. En el mismo instante, Robin y Dubourg, que estaban de centinela en lo alto de «El Encinar», gritaron: ¿Quién vive? ¡Francia! contestó una voz.

Pues yo os diré, repuso Vifredo, que cuando los franceses nos cogieron el galeón Cristóbal y lo anclaron á doscientos pasos de la playa, dos arqueros de marca, Robín y Elías, no necesitaron más de cuatro flechas para cortar el cable del ancla como con un cuchillo, de suerte que por poco se estrella el galeón contra las rocas y á los de á bordo los asaeteamos de lo lindo.

Habiendo sorprendido al pastor Robin las primeras nieves, algunos días antes, en lo hondo del puerto de Blutfeld, dejó abandonado allí su carro, para llevar el rebaño a la granja; pero notando la falta de la piel de carnero con que se cubría y que se había dejado olvidada en su cabaña ambulante aquel día, terminada su labor, se puso en camino, hacia las cuatro de la tarde, para ir a buscarla.

Entre los poetas del siglo XII, del Norte de Francia, se cita ya á Guillermo de Blois como á autor de una tragedia titulada Flaura y Marco, y de una comedia llamada Alda, en versos latinos . Por último, pertenece también al siglo XIII, ó lo más tarde al XIV, la graciosa égloga Robin et Marion, de Juan Bodel de Arras .

Cinco minutos después la casa estaba entregada al saqueo; el trineo se cargó de jamones, de carnes saladas y de pan; fue sacado el ganado de los establos y los caballos se engancharon al coche grande. El convoy no tardó en ponerse en marcha, con Robin a la cabeza, tocando la trompa, y detrás los guerrilleros, que empujaban las ruedas.

El loco, con el cuervo al hombro, gesticulando y hablando como en sueños, caminaba, caminaba sin cesar, desde el Holderloch al Sonneberg, y desde el Sonneberg al Blutfeld. Mas durante aquella noche el pastor Robin, de la granja de «El Encinar», iba a ser testigo del más raro y emocionante espectáculo.