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Actualizado: 11 de junio de 2025
Hasta mañana... no, hasta luego. Se alejaba algunos pasos ribazo arriba, y volvía de repente buscando los brazos de su amante. Otro, príncipe mío... el último. Era la eterna despedida de amor; arrancarse con nervioso impulso de los brazos para volver al momento con la angustia de la separación. Comenzaba a clarear el día.
Quedóse el jinete frío de espanto, agarrado al arzón, sin atreverse ni a registrar la maleza para averiguar dónde estarían ocultos los agresores; mas su angustia fue corta, porque ya del ribazo situado a espaldas del crucero descendía un grupo de tres hombres, antecedido por otros tantos canes perdigueros, cuya presencia bastaba para demostrar que las escopetas de sus amos no amenazaban sino a las alimañas monteses.
El ribazo á que había saltado presentaba una pendiente escarpada y húmeda; no bien hubo puesto el pie en él, resbalándose cayó de espaldas; algunas sólidas ramas se hallaban afortunadamente á su alcance y se agarró de ellas con frenesí, mientras sus piernas se agitaban como dos furiosos remos en el agua, por otra parte poco profunda, que baña la costa.
Algunos minutos antes de llegar á su vivienda, cerca de la alquería azul donde las muchachas bailaban los domingos, el camino se estrangulaba, formando varias curvas. A un lado, un ribazo alto coronado por doble fila de viejas moreras; al otro, una ancha acequia, cuyos bordes en pendiente estaban cubiertos por espesos y altos cañares.
Pero el aspecto de ambos desconocidos era tan sospechoso que Roger creyó prudente subir el ribazo y tomar el camino á buen paso, á fin de evitar su encuentro.
Y recogiéndose el abrigo subió de un salto al ribazo, saludándole por última vez con el pañuelo. Rafael remó río arriba hacia la ciudad. Aquel viaje a solas, cansado y luchando contra la corriente, fue lo peor de la noche. Cuando amarró su barca cerca del puente era ya de día.
Zumbaban los insectos sobre las inquietas crestas de la maleza; arrastrábanse los lagartos entre las piedras; sonaban a lo lejos las esquilas con acompañamiento de balidos, y de vez en cuando, al trotar el caballo de Rafael por unos caminos que nunca habían conocido la rueda, abríase en lo alto de un ribazo la cortina de matorrales, asomando los cuernos y el hocico babeante de una vaca o el testuz curioso de un ternero que parecía extrañar la presencia de un hombre que no fuese el pastor.
Esto es lo que me interesa; tu silencio me da miedo. ¿Por qué? ¿por qué? Habla, mujer; habla, o creo que te mato. Y empujaba rudamente a María de la Luz, la cual, como si no pudiera sostenerse bajo el peso de la emoción, se había tendido en el ribazo, con la cara entre las manos. Comenzaba a ocultarse el sol.
Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino, el hombre marchaba por el fondo, entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros, tropezando en ladrillos rotos, pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio, con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen.
De tiempo en tiempo se aperciben tambien sobre el ribazo algunos carpinchos y caimanes que salen fuera del agua. Los bordes de este rio, que es bastante anchuroso, están desnudos de arbolado hasta llegar á su confluencia con el riachuelo del Guacaraje, por el cual se suben tres leguas hasta el puerto de Concepcion, situado sobre la ribera.
Palabra del Dia
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