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No me diga una palabra, déjeme, voy a entrar en la iglesia. Voy a rezar ahora que todo el mundo se ha ido. No, no me diga una palabra, no podría resistir, ahora, una palabra suya. Y corrió, muy alterada, hacia el interior del templo. Un hombre de cabeza crespa y rojiza, vestido con traje de pana, andaba apagando los cirios en el silencio de la pequeña nave.

A ver, hermana, si aprende usted pronto eso que le he dicho sobre la gracia eficaz. ¿Pero está preso? añadió Clara con más miedo. Preso, , y no lo soltarán tan pronto. Pero está usted inmutada ... Ya, le tiene compasión, y es natural. La compasión á los semejantes es una de las virtudes que más recomienda Tertuliano. Usted está pálida, hermana. Pero, ya: es efecto de la compasión. Voy á rezar.

Esta costumbre extraña y aun ridícula a los ojos del artista, a los del cristiano es buena y piadosa. Pero a bien que la capilla del Cristo del Socorro no era un museo; jamás había atravesado un artista sus umbrales: allí no acudían más que sencillos devotos que sólo iban a rezar. Las dos paredes laterales estaban cubiertas de exvotos de arriba abajo.

¡Figuraos una joven ya casadera que no sabe todavía rezar! ¡Jesus, que escándalo! Pues no dice la indigna el Dios te salve María sin pararse en es contigo, y el santa María sin hacer pausa en pecadores, ¿como toda buena cristiana que teme á Dios debe hacer? ¡Susmariosep! ¡No sabe el oremus gratiam y dice mentíbus por méntibus!

Gabriel reía escuchando esta historia. Todo un hombre, créame usted, tío.... Yo le quiero porque tiene al cabildo en un puño; no es como su antecesor, aquel sopitas con leche, que sólo sabía rezar y temblaba ante el último canónigo. ¡Que le vayan a éste con roncas! Tiene redaños para entrar una tarde en el coro y limpiarlo a palos con el báculo.

A un sacristán se le ocurrió abrir el cancel de la puerta de par en par y una multitud inquieta y estrepitosa, que no había madrugado a rezar la novena, fue penetrando en la vasta nave a escuchar la palabra del misionero que en aquel momento subía al púlpito con ademán recogido y fervoroso.

Yo presumí por sus últimas palabras que mi amo había perdido el seso, y viéndole rezar me hice cargo de la debilidad de su espíritu, que en vano se había esforzado por sobreponerse a la edad cansada, y no pudiendo sostener la lucha, se dirigía a Dios en busca de misericordia. Doña Francisca tenía razón. Mi amo, desde hace muchos años, no servía más que para rezar.

Es preciso que usted piense de otro modo y deseche esas ideas.... Pero digo que me olvidé de rezar ... por.... ¿Qué ha olvidado usted? le dijo Clara. Me olvidé de rezar dos Padre nuestros por el sobrino de nuestro buen amigo don Elías. Jesús; ¿Qué le ha pasado? ¿Qué es de él? exclamó vivamente Clara sin poderse contener. No se asuste, hermana, que no ha muerto contestó fríamente la devota.

Desempeñando este cargo falleció don Baltasar en España, tres o cuatro años después. El conde de Castellar acostumbraba todas las tardes dar un paseo a pie por la ciudad, acompañado de su secretario y de uno de los capitanes de servicio; pero antes de regresar a palacio, y cuando las campanas tocaban el Angelus, entraba al templo de Santo Domingo para rezar devotamente un rosario.

¡Más alto! ¡Del rey! ¡Del rey! ¡Imposible! ¡de todo punto imposible! el rey no piensa más que en cazar, en dormir y en rezar.