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Actualizado: 12 de junio de 2025
Los sevillanos de antaño, que eran gente de posibles, y á quienes no bastaba el fresco de sus patios entoldados y sus habitaciones del piso bajo, solían trasladarse á muchas de las fincas ó casas de placer que había en los alrededores de la ciudad, particularmente próximas á la orilla del río, y en donde, libres de cuidados y con todo sosiego, comían, rezaban, dormían y tomaban el fresco, respirando aire libre y desembarazado, que les fortificaba el cuerpo y el espíritu.
El doctor abandonó la iglesia después de haber distraído con su presencia á algunas señoras vestidas de negro, que rezaban arrodilladas ante el altar mayor. Debían ser huéspedas del hotel, devotas de distinción, venidas de muy lejos, para hacer los ejercicios en la casa del santo.
De cuando en cuando sonaba el órgano, y su voz armoniosa se levantaba hasta la alta bóveda. Yo miraba por todas partes, a pesar de que el viejo Irizar me exhortaba a que estuviera con más devoción. ¡Qué fervor el de aquellas mujeres! Arrodilladas sobre sus paños negros rezaban con toda su alma. Eran algunas viudas de capitanes y de pilotos, y, al recordar el hombre perdido en el mar, sollozaban.
Y los gañanes, según confesión de Zarandilla, «se dejaban querer», rezaban y bebían, fisgándose un tanto del amo con burlona gravedad, y llamándole «primo». La larga permanencia de Zarandilla al lado de Salvatierra, y la curiosidad que éste inspiraba, acabaron por vencer el apartamiento de los gañanes. Algunos se aproximaron, y poco a poco fue formándose un corro en torno del rebelde.
Junto á los criminales y depravados había hallado también hombres de corazón valiente, amigos cordiales, un noble jefe cien veces más útil á su país y á sus compatriotas que el virtuoso abad de Berguén, cuya vida transcurría olvidada y monótona de año en año, en un círculo mezquino, rodeado de aquellos monjes que rezaban, comían y trabajaban sosegadamente, aislados del resto de los mortales y como si en el mundo no hubiera más habitantes que ellos ni más horizontes que el de los terrenos de la abadía.
Y mientras los criados, llamados por él, se arrodillaban y rezaban por el muerto, curiosos y distraidos mirando hácia la cama y repitiendo requiems y más requiems, el P. Florentino sacó de un armario la célebre maleta de acero que contenía la fabulosa fortuna de Simoun.
González Bravo y la Reina estaban ya en Francia cuando aún ignoraba la inmensa mayoría de los españoles si era el Ministerio o los Borbones quienes caían «para siempre», según rezaban los famosos letreros de Madrid.
Después que terminaban su frugal cena y rezaban un padrenuestro en acción de gracias, D. Miguel se levantaba, y tambaleándose un poco, porque el torso era más recio en él que las piernas, se dirigía a la cómoda, sacaba de ella un par de pistolas enormes de chispa, y con una en cada mano se encaminaba a su alcoba, bajo la mirada atónita de Gil.
Cuando Ramiro llegó ante el blasonado frontis, los empleados de la justicia regia y comunal se aglomeraban y zumbaban como moscas a uno y otro lado del portalón y en torno a la fuente; mientras las cofradías y las órdenes esperaban, en larga hilera, desde la plaza del Mercado hasta más allá del convento de Santa María de Gracia. Los monjes rezaban.
Algunas monjas se retiraban a su celda a dormir la siesta; otras se iban a la iglesia que era lo más fresco de la casa, y sentadas en las banquetas, apoyando en la pared su espalda, o rezaban con somnolencia, o descabezaban un sueñecillo. Las Filomenas caían también rendidas de cansancio. Algunas se iban a sus dormitorios, y otras tendíanse en el suelo de la sala de labores o de la escuela.
Palabra del Dia
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