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Actualizado: 25 de julio de 2025


Su grande amiga, la mujer resuelta de todas las épocas; vencida en dos revoluciones, pronta a hacer una nueva a una sola indicación suya, había muerto; el partido entero la lloraba, era una pérdida irreparable, tan irreparable, que el más grande de los diarios de la América del Sur, le dedicó un sentido artículo necrológico, largo como un sermón de agonía, con muchas frases escogidas, que comenzaba recordando con mucho detalle a las antiguas madres griegas y romanas, las hacía atravesar la trayectoria de la historia en las múltiples combinaciones de los pueblos, y terminaba con un elogio de las virtudes de la difunta y una laudatoria especial a la mansedumbre de su carácter.

Aquél es un gran país, más pequeño que la Argentina, pero rico, muy rico. ¡Lástima que sea la tierra de las revoluciones!... El uruguayo es bueno, caballeresco, aficionado a las cosas de pensamiento, pero demasiado valiente, demasiado guapo, convencido de que falta a su deber cuando se mantiene unos cuantos años sin salir al campo a matarse.

Eran estudiantes y obreros que perfeccionaban sus conocimientos en escuelas y talleres, refugiados que se habían acogido á la hospitalaria playa de París como náufragos de guerras y revoluciones. Sus gritos no tenían significación oficial. Todos estos hombres se movían con espontáneo impulso, deseosos de manifestar su amor á la República.

Una frase, empero, sobrevive siempre entre nosotros, cuya existencia es tanto más difícil de concebir, cuanto que no es de la naturaleza de esas de que acabamos de hablar; éstas sirven en las revoluciones a lisonjear a los partidos y a humillar a los caídos, objeto que se entiende perfectamente, una vez conocida la generosa condición del hombre; pero la frase que forma el objeto de este artículo se perpetúa entre nosotros, siendo sólo un funesto padrón de ignominia para los que la oyen y para los mismos que la dicen: así la repiten los vencidos como los vencedores, los que pueden como los que no quieren extirparla; los propios, en fin, como los extraños.

Hemos tenido revoluciones mentidas que han derrocado las personas, no las ideas. Algo hemos adelantado, pero a saltitos, tímidamente, con desordenados retrocesos, como el que avanza con miedo, y de repente, al más leve ruido, echa a correr hacia el punto de partida. La transformación ha sido más exterior que interna.

Por tanto, debo limitarme á refrescar en la memoria del lector los sucesos culminantes de la historia de Bélgica, algunos de los cuales, coincidiendo con las revoluciones de Francia, demuestran la solidaridad que las ideas, maduradas y difundidas por el tiempo, establecen entre los pueblos, por mas que los separen diferencias de raza y tradiciones.

Declarábase enemigo de todos los partidos; sostenía que los españoles debían unirse para bien de la patria, y entonces se acabarían las trapisondas y las revoluciones. Sentía por las glorias de su patria un entusiasmo ardiente.

Anda y sacrifícate esperando algo de él... Después ya no se han visto revoluciones; todo han sido pronunciamientos del ejército, motines por el medro o por antagonismo personal, que si sirvieron de algo fue indirectamente, por apoderarse de ellos las corrientes de opinión.

Lo que nunca variaba ni disminuía era la atención del lector, siempre intensa y fija al través de todos los sacudimientos de la materia muscular, como el principio que sobrevive a las revoluciones. Ballester iba y venía, trabajando sin cesar, y cantaba entre dientes estribillos de zarzuelas populares.

Tener bravos encuentros de fortuna, Contrastes, baterias y debates, Estar con esperanza el alma alguna De conseguir victoria en sus combates, Efectos son que causa la importuna Con sus revoluciones y dislates, Que no puede fortuna estar estable, Que consiste su ser en ser mudable.

Palabra del Dia

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