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¿Adónde demonios vais tan de prisa? gritaba el cazador a los pastores cariacontecidos . ¿No tenéis vosotros confianza en las proclamas de los rusos y de los austriacos? Los campesinos, de mal humor, le respondían: ¡, ; ríase usted de las proclamas! ¡Ya sabemos lo que ahora valen!

Y había, finalmente, otros que no la sacaban nunca. Estos pobres hombres no la sacaban porque jamás la tuvieron; pero ellos se aprovecharon de la ordenanza divina para fingir que la tenían. Así, cuando les preguntaban en la calle por ella, respondían ingenuos y sonrientes: «¡Ah! La tengo muy bien guardada en casa». Esta sencillez y esta modestia encantaron a las gentes.

Su voz temblona e infantil adquiría una grave sonoridad al resbalar sobre la acuática extensión y ser reproducida por los ecos de las rocas. Las cabras del Vedrá respondían de vez en cuando con tiernos balidos de sorpresa. Jaime reía de la vehemencia del viejo, el cual, poniendo los ojos en blanco, se llevaba una mano al corazón sin soltar de la otra la cuerda del volantí.

Herminia, aterrorizada por la necesidad de sostener la conversación desde lo alto del terraplén, contestó con las primeras palabras que vinieron á su mente y que, naturalmente, fueron las que respondían mejor á sus íntimos sentimientos: ¡Ah! señor, buen susto nos ha dado usted.... y fuimos muy dichosas cuando tuvimos certeza de que no estaba usted gravemente herido.

Primero las mujeres entonaban un par de versos. Los hombres respondían con otros dos; y así se iba desenvolviendo la historia. ¡Bien presente está en mi memoria! Para que pudiese penetrar en el corro alzabais amablemente vuestros brazos. En medio del círculo seguía con los ojos extáticos vuestros acompasados movimientos.

Nosotros somos, nosotros somos, respondian á la par. ¿Con que este es aquel insigne filósofo? decia Martin. Ha, señor arraez levantisco, ¿quanto quiere por el rescate del señor baron de Tunder-ten-tronck, uno de los primeros barones del imperio, y del señor Panglós, el metafísico mas profundo de Alemania?

Movido el boticario por su espíritu malicioso, e impulsados los demás por el odio y envidia de sus mujeres, respondían, si no con buen discurso, con desvergüenzas y con burlas a cuanto don Pascual alegaba.

Los vestidos de este sujeto sin ventura eran puramente teóricos. Había sobre sus miserables y secas carnes algunas formas de tela que respondían en principio a la idea de camisa, de levita, de pantalón; pero más era por los pedazos que faltaban que por los pedazos que subsistían. ¡Hacía tanto tiempo que su familia no le llevaba ropa!... Últimamente le pusieron una blusa azul.

En una mitad cantaban las voces agudas, y en la otra las graves, prolongando todas mucho la vocal final del segundo verso: ¡Ay, busco la blanca niña! ¡Ay, busco la niña blanca! Al instante respondían los otros: ¡Ay, que no l'hay n'esta villa! ¡Ay, que no l'hay n'esta casa! La condesa se balanceaba cogida al dedo del mayordomo. Á menudo volvía la cabeza para dirigirle una sonrisa.

Sin embargo, pusieron animosamente manos á la obra de reconocer el inmenso hacinamiento. Trabajaron cuatro días con cuatro noches, y cuando llegaron con los azadones al techo de la primera casa, oyeron cánticos que se respondían unos á otros. Eran las voces de los amigos cuya perdición se consideraba segura.