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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
A sus espaldas hablaba la pareja en un idioma incomprensible, sin prestarle atención, sin agradecer sus eruditas explicaciones. ¡Extranjeros ignorantes!... Y ya no dijo más. Se replegó en un silencio ofendido, aliviando su verbosidad napolitana con una serie de gritos y gruñidos dedicados á su caballo.
Entonces, poco a poco, Juan se replegó sobre sí mismo y se alejó de la casa, para huir de estos contactos dolorosos.
Las tres se miraron con asombro. Doña Paulita se replegó, doña Paz tambaleó en su asiento, y aun es fama que el amarillo rostro de Salomé se tiñó de una leve púrpura, para lo cual fué preciso sin duda que toda la sangre de su cuerpo se repartiera entre sus dos mejillas.
Cuando el acordeón, como una isoca que se encoge, se replegó ondulante emitiendo su gorjeo final y los guitarristas rasguearon sobre las cuerdas como en un pizzicatto decreciente y sonaron los aplausos y aquel «cinturón ardiente» se corrió por la cintura como una culebra que se desliza, y Melchor se inclinó en una graciosa reverencia sobre la rubia, el hermano de ésta avanzó resueltamente y sin calcular la impresión que provocaba en todos, la tomó del brazo diciéndole que era hora de retirarse, al mismo tiempo que hacía una seña a la otra hermana sentada con Lorenzo bajo el farol de la pared del fondo.
Una mañana de Marzo, ventosa y glacial, en que se helaban las palabras en la boca, y azotaba el rostro de los transeúntes un polvo que por lo frío parecía nieve molida, se replegó el ejército al interior del pasadizo, quedando sólo en la puerta de hierro de la calle de San Sebastián un ciego entrado en años, de nombre Pulido, que debía de tener cuerpo de bronce, y por sangre alcohol o mercurio, según resistía las temperaturas extremas, siempre fuerte, sano, y con unos colores que daban envidia a las flores del cercano puesto.
El gitano, que había llegado al último tramo, se volvía una última vez para sonreír a Rosita, y cuando se disponía a pasar al otro lado del muro, la escala, de pronto, se replegó sobre sí misma, se deslizó rápidamente a lo largo de la pared, y el gitano cayó a los pies de la monja, ensangrentado, mutilado, con el cráneo abierto.
El señor Pulido, con su flemática suavidad, díjole entonces: Descuida, Pepe..., pocas darán si hay que dar en secreto... El valiente Zumalacárregui, parado en firme con la réplica no menos lógica de la Villasis, replegó su guerrilla y parapetóse en el monte Aventino, con una retirada digna de Jenofonte.
Una fuerza superior se imponía á ella y después de tanto luchar, de tanto huir, de tanto temer, se replegó sobre sí misma y, pasiva, ofreció la garganta al cuchillo, como la fiera que se ve cogida sin remedio. Jacobo habló y ya la duda fué imposible.
Palabra del Dia
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