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Actualizado: 9 de junio de 2025
El intérprete es rubio, rosado, pelo rizado; un lindo húsar azul, bien humorado e ingenioso; un poco parlanchín, ¡habla tantas lenguas! un poco escéptico, ¡ha conocido a Renán en la escuela orientalista! gran aficionado al sport, tan satisfecho en el vivac árabe como en las veladas de la subprefectura, bailarín como nadie y que hace el cuscús como cualquiera.
Ernesto Renán nos reconoce este mérito y nos concede por ello su nada sospechosa alabanza, diciendo: «La introducción de los textos árabes en los estudios occidentales divide la historia científica y filosófica de la Edad Media en dos épocas enteramente distintas, y el honor de esta tentativa, que había de tener tan decisivo influjo en la suerte de Europa, corresponde á Raimundo, arzobispo de Toledo y gran canciller de Castilla.»
Así lo reconoce el mismo aristocrático idealismo de Renán, cuando realza, del punto de vista de los intereses morales de la especie y de su selección espiritual en lo futuro, la significación de la obra utilitaria de este siglo. «Elevarse sobre la necesidad agrega el maestro , es redimirse». En lo remoto del pasado, los efectos de la prosaica e interesada actividad del mercader que por primera vez pone en relación a un pueblo con otros tienen un incalculable alcance idealizador, puesto que contribuyen eficazmente a multiplicar los instrumentos de la inteligencia, a pulir y suavizar las costumbres y a hacer posibles, quizá, los preceptos de una moral más avanzada.
Quien tales cosas trata se expone, muy a su despecho, a deslustrar el decoro y a ofender la majestad de las cosas divinas. Escritores heterodoxos o impíos o sólo imprudentes acaso, han abusado de tan peligroso género de amena literatura en estos últimos años. ¿Qué es más que una novela, aunque así no la llame, la Vida de Jesús de Ernesto Renán?
Los pueblos que habían roto con el Pontificado, volviendo para siempre la espalda a Roma, eran más prósperos y felices que aquella España que dormitaba como una mendiga a la puerta de la iglesia. En este período de su evolución intelectual, Gabriel tuvo un ídolo, y muchas tardes abandonaba el trabajo para ir a oírle durante una hora en el Colegio de Francia. Era Ernesto Renán.
Y si entonces no se creyó que iba a surgir de enmedio de la triunfante humanidad un ser exquisito y perfecto a quien llamásemos el superhombre, menos razón hay de creerlo ahora porque Renán escriba la novela sentimental titulada Vida de Jesús, porque haya ferrocarriles y alumbrado eléctrico, y porque se inventen las máquinas de coser y las bicicletas.
Renán, no sólo debe presidir, lo que es ya un atractivo inmenso, sino que pronunciará el discurso sobre el premio Monthyon, destinado a recompensar la virtud.
"La cultura antigua, dice Renan, como los ríos que desaparecen en la arena, tuvo un curso secreto, no traicionando su existencia sino por débiles hilos de agua, hasta que reapareció gloriosamente en el Renacimiento con todas sus virtudes fecundantes. Ella fue la levadura intelectual de las naciones modernas".
Porque el exceso mismo de sus ideas, que envuelven la negación más absoluta del progreso, les quita esa fuerza, ese ímpetu que la violenta aspiración a la libertad, a la emancipación de la conciencia humana comunica a sus adversarios. «Se lee mal, cuando se lee de rodillas», ha dicho Renán, refiriéndose a la interpretación de los textos bíblicos; se combate mal, cuando se combate de rodillas, diremos a nuestro turno.
Así tuvo la gloria de ser el protector del gran cordobés Averroes, tan admirado en la Edad Media, tan influyente en la filosofía escolástica y del Renacimiento, y conocido hoy y celebrado aun entre el vulgo de los eruditos a la violeta por el precioso libro que Ernesto Renán compuso sobre él y sobre su doctrina.
Palabra del Dia
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