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Creyó que los grupos populares que pasaban dando vivas detrás de las banderas iban á adivinar su hazaña, cayendo sobre él. Necesitaba alejarse de este entusiasmo patriótico; y respiró satisfecho al verse en el interior de un vagón... Además, iba á ver á Freya, y le bastaba evocar su imagen para que se desvaneciesen todos sus remordimientos. El viaje fué largo y difícil.

Su faz resplandecía como la de un justo, aunque distaba mucho de serlo, como acabamos de ver. Después que se hartó de besar a los chicos salió del parque en una felicísima disposición de ánimo, prueba irrecusable de que un fútil suceso basta no pocas veces para acallar los más atroces remordimientos de nuestra alma.

Y al comprender esto sentí al mismo tiempo celos y remordimientos. Celos porque no era yo el hombre a quien ella amaba. Remordimientos porque, elevando su educación, había elevado su espíritu, la había aumentado sus aspiraciones, y la había hecho por consecuencia infeliz. Porque a pesar de su magnífica hermosura, ni tenía nombre ni dote. Amparo era una expósita; Amparo sólo tenía necesidades.

Ocho días pasaron sin que Mochi volviera a pedir dinero a Reyes. Durante una semana se juzgó este el hombre más feliz del mundo, a pesar de que jamás había experimentado hasta entonces tantos y tan graves apuros, acompañados de insufribles remordimientos a ciertas horas.

Cuando se le preguntaba si, como hombre religioso, no sentía remordimientos por este robo, decía que no, porque lo había hecho con reservas mentales y sentido un gran propósito de enmienda. Otros dos tipos curiosos teníamos en el barco: el médico Ewaldus Hollenkind, a quien nosotros llamábamos el doctor Cornelius, y el pequeño Tommy, el grumete.

No lo comprendo, tío decía Lucía, pero á veces me doy á cavilar que á Clara le han dado un bebedizo. ¡Tiene unos terrores tan inmotivados! ¡Siente unos remordimientos tan fuera de razón!... No qué sea ello. Doña Blanca le ha puesto tan feroces escrúpulos en el alma, le ha hecho recelar tanto de su apasionada natural condición... que la infeliz se cree un monstruo, y es un ángel.

Don Víctor sintió que el ánimo aflojaba, no por amor a la vida propia, que no creía en gran peligro ante don Álvaro, sino por miedo a los remordimientos. Cuando supo lo de las pistolas, resolvió no matar a su contrario. «Le dejaría cojo. Tiraría a las piernas. El otro no era probable que le hiriese a él tirando a veinte pasos; tendría que ser por una casualidad».

Doña Ana sintió terribles remordimientos por haber engañado y olvidado a aquel santo varón, que era perseguido por sus virtudes y ni siquiera se quejaba. Aquella sonrisa, y la comparación de las estrellas le llegaron al alma a la Regenta. «¡Tenía enemigospensó, y le entraron vehementes deseos de defenderle contra todos.

Los hombres no se casan por el prestigio, sino por el dinero. No se le ocurrió, pues, sentir remordimientos por lo pasado. Vivió triste y resignada dos años más, mostrándose indiferente a los placeres propios de su edad, sin hacer nada para granjearse la voluntad de los jóvenes y ganar un marido.