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Actualizado: 5 de julio de 2025
¡Y así me libraría tal vez de aquella panza amarilla, y de aquella cometa abominable! Abandoné el palacio del Loreto, y con él mi existencia de Nabab. Regresé a mi habitación de la casa de la viuda de Marques, y volví a la oficina a implorar mis veinticinco duros mensuales y mi dulce pluma de amanuense. Mas un sufrimiento mayor vino a amargar mis días.
Todo se me figuró ser negro; las chozas, el suelo cenagoso, los canes hambrientos y el populacho abyecto. Regresé a mi albergue, donde arrieros, mongoles y criaturas piojosas, me miraban con asombro. Tiene vuestra merced razón. Es mala ralea. Mas no hay peligro; yo maté, antes de partir, un gallo negro, y la diosa Kaonine debe estar contenta.
Mi ausencia significaría que yo había muerto y sabía que en tal caso el Rey no me sobreviviría cinco minutos. Dejando por el momento a Sarto y su gente, referiré lo que hice por mi parte aquella memorable noche. Salí del palacio de Tarlein montando el mismo vigoroso caballo en que regresé del pabellón de caza a Estrelsau el día de la coronación.
No me parecía buena para nada: ni siquiera para aplicarla a los trabajos más vulgares. Nadie la quería y a mí no me importaba ya nada de ella. Unos niños se pusieron a jugar bajo los árboles. Parejas dichosas pasaron estrechamente enlazadas; evitaba su aproximación y me alejaba, buscando, en mi mente, qué lugar había en donde no estuviese solo. Regresé por las calles más desiertas.
La ley se ejecutó, y hoy está aun en vigor; hé aquí todo explicado. De Venecia regresé á Milan deteniéndome en Verona: ya he hablado de esta ciudad. En Milan visité de nuevo la catedral, y teniendo que volver á Suiza sin atravesar los Alpes por el peligroso y encantador paso del San Gotardo, decidí dirigirme á Turin, para entrar en Suiza por el Monte Cenis y la Saboya: así lo ejecuté.
Acaso me recibirían indiferentes y fríos. Regresé por donde había venido, y al azar, sin darme cuenta de lo que hacía, me interné en la ciudad, por las calles céntricas, camino de la plaza. Me detuve en el puente.
Flavia lloraba y me limité a enjugar sus lágrimas. ¿Es acaso posible pregunté, que hombre alguno no regrese al lado de la mujer más hermosa del mundo? dije. ¡Un centenar de Migueles no podrían impedírmelo! Se estrechó aún más contra mí, algo consolada. ¿No permitirás que Miguel te mate? No, amor mío. ¿Ni que te separe de mí? No, amor mío. ¿Nadie podrá separarte de mí?
Le manifesté que me era imposible saber quién era, a lo cual replicó él, insistiendo: Cuando regrese, vigile los movimientos de su titulado amigo Seton, y entonces puede ser que tenga oportunidad de conocer a su amigo, cuyo retrato le he mostrado. Una vez que esto suceda, escríbame, y déjemelo a mi cargo.
Palabra del Dia
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