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Actualizado: 17 de junio de 2025
Ya no tenía compasión de la enferma; ya no había allí más que nervios... y empezó a pensar en sí mismo exclusivamente. Entraba y salía a cada momento en la alcoba de Ana; casi nunca se sentaba, y hasta llegó a fastidiarle el registro de medicinas y demás pormenores íntimos. El médico tuvo que entenderse con Petra.
Contestaba a los saludos como si tuviese el alma puesta en ellos, doblando la cintura y destocándose como si pasara un rey; y a veces ni veía al que saludaba. Este fingimiento era en él segunda naturaleza. Tenía el don de estar hablando con mucho pulso mientras pensaba en otra cosa. Doña Paula había vuelto a entrar en el despacho de su hijo. Registró la alcoba.
«Mi querido Álvaro: Acabo de saber que Joaquina dio a luz hace seis días un niño, el cual se ha inscrito en la parroquia y en el registro civil con tu apellido. He procurado informarme, y me han dicho que era perfectamente legítimo, puesto que tu esposa ha estado en Peñascosa hace unos meses y ha dormido en tu misma casa. Te escribo apresuradamente para preguntarte si es cierto.
Después se casó y este acontecimiento retardó mucho su vuelta. Pero hacía cuatro meses que estaba en Madrid, donde supo por el registro parroquial que su padre había muerto; de Juan le dieron noticias vagas y contradictorias: unos le dijeron que se había muerto también; otros que reducido a la última miseria, había ido por el mundo cantando y tocando la guitarra.
Había resuelto, con Reginaldo, que no debíamos perder un momento más de tiempo, ahora que me sentía suficientemente mejorado y fuerte para viajar, y que era preciso marchar para Toscana, con el fin de averiguar la realidad de aquel misterioso registro cifrado.
Cuando no quedó ningún otro sitio que visitar, se arrodilló de nuevo y registró otra vez el agujero. No le quedaba ya ningún refugio inexplorado que lo protegiera un momento más contra la terrible verdad.
Cuando los apuestos guerreros de la Guardia hubieron dado fin á su infructuoso registro, los del gobierno municipal se retiraron con una expresión de ambigüedad inquietante. Que todo continúe aquí lo mismo dijo uno de ellos al profesor . Mañana veremos qué es lo que dispone el Consejo Ejecutivo. Este «mañana» inquietaba á Flimnap.
Empezó en breve á lloviznar, y se volviéron todos á los salones; pero el envidioso que se habia quedado en el jardin, tanto registró que dió con una mitad de la hoja, la qual de tal manera estaba rasgada, que la mitad de cada verso que llenaba un renglon formaba sentido, y aun un verso corto; y lo mas extraño es que, por un acaso todavía mas extraordinario, el sentido que formaban los tales versos cortos era una atroz infectiva contra el rey.
¡Caballeros, buenas tardes! Y se echaron los fusiles al hombro, rechazando la amable solicitud de algunos mozos que habían corrido a la taberna para traer unas copas. «Se las ofrecían sin rencor y sin miedo; al fin todos eran unos y vivían en la estrechez de la isla.» Pero los guardias insistieron en su negativa. «Se agradece; lo prohíbe el reglamento.» Y se marcharon, tal vez para emboscarse a corta distancia y repetir el registro al anochecer, cuando la gente volviese dispersa a sus alquerías.
En mano propia recomendó otra vez el joven, tú vas a verla, Agapo, ¡feliz, cien veces feliz! dile de mi parte... no, no le digas nada; entregas la carta, y te marchas, para evitar preguntas: ahí dentro está todo. La emoción le dominaba, y sus ojos azules se empañaron. Registró en sus bolsillos y sacó un reloj de níquel, que ofreció al atorrante.
Palabra del Dia
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