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El refresco se tomó con toda ceremonia y con pocas palabras. Las sillas pegadas á la pared, y todos sentados sin echar una pierna sobre otra, ni inclinarse de ningún lado, ni recostarse mucho. Después de tomado el refresco, hubo alguna más libertad y expansión, y Lucía se atrevió á rogar al caballerito que recitase unos versos. , dijeron en coro casi todos los tertulianos; que recite.

Muerto el Duque, y los que iban en su tropa, quedó lo restante del campo lleno de miedo y confusion, porque ya los Catalanes y Aragoneses les habian acometido por diversas partes; y los Turcos, y Turcoples satisfechos de sus recelos, viendo que los nuestros degollaban la gente del Duque, salieron de refresco contra ella, y dieron cumplimiento á la victoria.

Candish, muy á su gusto á dar carena Se mete en la bahia, que le place, Sin temer de que cosa le pena, Refresco toma, y agua y leña hace. Su gente de dolor quita y agena, Con la ocasion presente se rehace, Y en la primera al viento vela dando, La costa de la China va bojando.

Convínose en ello, porque, al cabo y al fin, al boticario igual le daba, y sentáronse el padre y la hija en las banquetas que don Adrián les arrimó, ofreciéndoles de paso un refresco de jarabe de moras o de agraz, que había en la botica, hechos en aquella misma semana... o chocolate que les bajarían de casa... «con toda franqueza». Se lo estimaron mucho, pero no quisieron tomar cosa alguna.

En el salón amarillo, donde se había bailado después de volver a Vetusta, mediante algunos tertulios de refresco, se apagaban solas las velas de esperma, en los candelabros, corriéndose por culpa del viento que dejaba pasar un balcón abierto. Los criados no habían apagado más que la araña de cristal.

... Voy a tomar una taza de te. Te acompaño. No, no; vuelvo en seguida. Y corrió, dejándole plantado cerca de la puerta. Bajó las escaleras. Se encontró en la calle sin darse cuenta de lo que hacía. El aire frío de la noche le refrescó la cabeza y le hizo volver en su acuerdo. Súbitamente tomó la resolución de partir a Tejada. Buscó con la vista el coche y no le vió.

Necesitaba que las personas le gustasen ó le disgustasen para fijarse en ellas, y con gran dificultad acertaba la gente á gustarle, y mucho menos á disgustarle. Así es que, mostrándose muy urbano con todos, apenas reparó en ninguno. Al toque de oraciones sirvieron el refresco.

En dos o tres días refrescó sus lecturas, rehízo su erudición descompuesta en los viajes y en la vida de libertino, y bien preparado acudió al torneo a que el otro le retaba con sabidurías de tercera mano, aprendidas en los libritos franceses de ciencia popular a treinta céntimos el tomo.

Ello quedaría entre usted y yo... ¡Cómo consentir que usted... con tanto valer, tanto mérito, con una figura como hay pocas, deje de lucir...!». Y siguió tal diluvio de elogios, que Rosalía se abanicaba más para atenuar el vivísimo calor que a su epidermis salía. Su bonita nariz de facetas se hinchaba, se hinchaba hasta reventar... «Voy a darle el refresco... son las siete» dijo de súbito.

En el sitio correspondiente a las grandes rejas que dan a la plaza de Oriente, sobre la cornisa, la huelga duraba toda la noche con gran animación, risas, guitarreo y algún refresco de horchata de cepas. Doña Cándida trinaba contra estos desórdenes, porque no podía pegar los ojos en toda la noche, y amenazaba a los transgresores con denunciarlos al Inspector general.