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Aquel lenguaje periodístico tan animado y fogoso, aquellos tan nobles pensamientos, el entusiasmo por los intereses de Sarrió, la franqueza y la modestia que en él resplandecían, llenó de júbilo los corazones y les hizo presentir una era de prosperidad y bienandanza. Por la noche, la orquesta, dirigida por el señor Anselmo con su gran llave lustrosa, dió serenata a la redacción.

Miguel se juzgó en el caso de escribir un artículo contestando a estas injurias, que fue un verdadero prodigio de habilidad: devolvíanse con creces todas aquéllas al enemigo, pero de un modo tan fino y bien encubierto, que era imposible demandar reparación ante los tribunales, y no era fácil tampoco hallar motivo para un duelo. El artículo se leyó en la redacción y fue calurosamente aplaudido.

Había cenado en la taberna, asilo de los días felices, los platos más suculentos, dándose, además, el gusto de pagar el matinal chocolate a los compañeros de redacción, asombrados de tanta riqueza. El buen amigo del fielato, que todas las madrugadas le ofrecía un cigarro y una parte de su café, atrajo igualmente su generosidad.

¿Pero cómo vino el secreto a poder de Burton Blair? preguntó ansiosamente. ¡Ah! observó el viejo, mostrando las palmas de sus manos morenas y endurecidas, esa es la cuestión. Sobre esas mismas cartas que usted tiene, que Poldo Pensi, el exbandido de Calabria, inscribió en inglés las instrucciones del Cardenal. En efecto, notará usted que la redacción revela que su autor ha sido un extranjero.

Durante el resto del día, aparecieron en la redacción los ejemplares de La Estrella del Norte de la edición de aquella mañana, en fragmentos de papel sucios y estrujados que traía indignada la suscripción.

Despues de haberme escuchado atentamente me encomendó la redaccion de una memoria detallada, de acuerdo con el señor Carrasco, para que sirviese de guia al nuevo gobernador que iba á mandar, y al obispo de Santa-Cruz, á quien se imponia el deber de visitar la provincia cuidando de reformar los abusos religiosos.

Yo he hecho numerosos viajes y jamás me he tropezado con ninguna. Bien es verdad que tampoco las he buscado, ignorando la utilidad que pudieran reportarme. El Sr. Roso de Luna encontró su estrella a las dos o las tres de la madrugada, y se fue corriendo a la redacción de un periódico para que los lectores de la primera edición tuvieran noticia del hallazgo.

No eran gran cosa estos banquetes; pero ¡cómo pensaba en ellos los días en que le faltaban el trabajo y la esperanza de nuevas traducciones! Transcurrían para él, en la redacción, las horas de la noche en continua lectura, sintiendo al mismo tiempo en el estómago los retortijones del hambre.

¿Lo ven VV.? gritaba encolerizado en medio de la redacción arrojando el sombrero contra el suelo. ¡Hace tantos años que yo le guardo fielmente el secreto de que es un animal, y él mismo acaba de revelarlo ahora! Ya lo sabíamos apuntó un redactor sonriendo y mirando con recelo a la puerta. ¡Ah! ¿Lo sabía V.? Lo sabíamos todos dijo otro mirando también a la puerta. Todos menos el conde de Ríos.

Meses después aún reían en la redacción de aquellas columnas de prosa espesa y mate que nadie había leído hasta el fin.