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Actualizado: 25 de junio de 2025


Voltaire a los doce escribía sátiras contra los padres jesuitas del colegio en que se estaba educando: su padre quería que estudiase leyes, y se desesperó cuando supo que el hijo andaba recitando versos entre la gente alegre de París: a los veinte años estaba Voltaire preso en la Bastilla por sus versos burlescos contra el rey vicioso que gobernaba en Francia: en la prisión corrigió su tragedia de Edipo, y comenzó su poema la Henriada.

Entonces le zumbaban los oídos, y ya no oía las voces graves del sochantre y de los salmistas, ni el rum rum del hebdomadario, que allá abajo gruñía recitando de mala gana los latines de Prima.

Y como llegase á una rinconada umbría, se tendió sub tegmine fagi recitando cada vez con más fervor los versos del cisne de Mantua. Se sentía feliz. La sidra le ponía siempre en una disposición poética tan lejana del furor báquico como del grosero sopor de los esclavos.

Un ministro había escrito durante un año entero a Madrid para que sacasen de su Legación al secretario Ojeda, individuo peligroso que muchos tenían por socialista. En realidad, sólo deseaba alejarlo para que la señora ministra recobrase su calma de buen tono y no se comprometiese con un inferior cantando romanzas y recitando poesías en la penumbra del anochecer.

Entonces, sin darse cuenta cabal de lo que aquello significaba, pero entendiendo vagamente, quedó un instante suspenso con sus grandes ojos azules muy abiertos. Y ya no volvió a coger más flores. Mientras tanto la condesa de Peñarrubia, sentada cerca de la fuente, hacía las delicias de los excursionistas recitando con alta declamación La siesta, de Zorrilla.

Esta mañana me paseaba por aquel lado, entregado a los más dulces pensamientos que de costumbre, cuando los sonidos lúgubres, distintos y prolongados del acero mortuorio, vinieron a distraerme de mis sueños del pasado. Retrocedí en dirección al pueblo y vi, en el ángulo del camino, un cortejo que avanzaba lentamente, recitando plegarias en voz baja.

En el ofertorio se levantaron todos los hermanos, trayendo cada uno su ofrenda á la Reina de los Angeles; unos callados, otros recitando versos, otros cantando, y hubo un joven, que obtuvo los mayores aplausos, el cual, representando el personaje de un mudo y accionando y gesticulando para que la Virgen concediera á todo el pueblo salud y abundancia de pan, de vino y ganados, lo expresó con sus movimientos tan viva y elocuentemente, que con mayor claridad y distinción no hubiese dado á entender con palabras sus pensamientos. ¿Qué no hubiese hecho, si desde su niñez lo enseñaran maestros idóneos?

Todos los rumores, ecos, acentos, gritos, detonaciones y voces que la naturaleza puede producir en sus mas sublimes y poéticas manifestaciones, eternos conciertos de vida y trasformacion ofrecidos á Dios, surgen con todo el vigor onomatópico posible de aquel enorme pulmon metálico que no cesa de respirar torrentes de armonía, multiplicando sus himnos como el Océano multiplica las secretas leyendas de la Creacion que se agita en su seno; y llegando á veces á tan maravillosa pureza de sonidos, que parece como si cada tubo estuviese recitando un verso, un salmo, ó pronunciando distintamente una plegaria, imprecacion ó sentencia.

Las dos hermanitas no podían tenerse en pie, ni cesaban de rezar en castellano y en latín, recitando con fervorosa declamación cuantas oraciones sabían. Tales eran la confusión y anonadamiento de D. Paco, que más de una vez se cayó al suelo. Sólo D.ª María conservaba una entereza heroica y casi bárbara, que hacía creer en la superioridad del temple moral de algunos linajes sobre el plebeyo vulgo.

En seguida subió al púlpito, que era como una jícara grande pegada a la pared, y después de arrodillarse nuevamente y pedir otra vez al Altísimo gracia y santidad de inspiración, empezó persignándose y recitando un Ave María.

Palabra del Dia

rigoleto

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