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Actualizado: 2 de junio de 2025
Todos los amigos, compadres y vecinos, le agarraban para que no realizase su venganza paternal. Juraba, ponía los ojos en blanco, pedía una pusca de dos cañones bien cargada de plomo para matar a los fugitivos, una churí afilada para cortarles el cuello, y no se movía del sitio, a pesar de que los amigos apenas si le sujetaban, limitándose a dictarle prudentes consejos, como era costumbre.
Devorada por la fiebre, en espera día y noche de cualquier siniestro ruido, de cualquier trágico espectáculo, impulsaba la triste Beatriz a la señora de Aymaret con desesperada impaciencia a que diese el paso supremo de que dependía su última esperanza, mas la vizcondesa, prevenida ya por Pierrepont de que su matrimonio se efectuaría en próxima fecha, quería esperar para presentar su súplica al pintor así que el suceso se realizase.
Aplaudió de todas veras el proyecto, que satisfacía los deseos más ardientes de su corazón, y prometió hacer cuanto humanamente fuese posible por que tan hermoso sueño se realizase.
Varias veces se llevó la diestra á la parte trasera de su pantalón, tocando un bulto prolongado y metálico. Esperaba el anochecer para realizar cierta idea que se le había fijado entre las dos cejas como un clavo doloroso. Mientras no la realizase no estaría tranquilo. La voz de los buenos consejos protestó: «No hagas locuras, Ferragut; no busques al enemigo, no lo provoques. Defiéndete nada más.»
Todos tiraban: los vecinos que tenían un arma en su casa, los soldados de guardia, los militares ingleses y belgas de paso en París. Sabían que sus disparos eran inútiles, pero tiraban por el gusto de hostilizar al enemigo aunque sólo fuese con la intención, esperando que la casualidad, en uno de sus caprichos, realizase un milagro.
El dueño de la finca se había negado a que el duelo se realizase dentro aunque les facilitó todos los medios para que no tuviesen necesidad de hacerlo. Se cargaron las pistolas, se eligió terreno, se midió, se sortearon los sitios. Por fin se le puso a cada uno una pistola en la mano. Mientras duraron todas estas operaciones Tristán estaba más que grave, ceñudo. El marquesito sonreía.
Por dicha no se apresuraba doña Inés pata que el plan del monjío de Juanita se realizase, y así le daba tiempo de apercibirse a la rebelión con fuerza bastante para sacudir el yugo sin menoscabo de sus intereses y proyectos.
Allí militaba aún en el ejército de los espíritus luminosos contra el príncipe de las tinieblas Ahrimanes, cuya soberbia había humillado en esta vida terrenal, y cuyo imperio contribuía, poderosamente a destruir en la otra vida, procurando, que se realizase la santa esperanza del triunfo definitivo del bien sobre el mal.
A esta difusión de la luz y de la verdad, aunque más por medio de las armas que por medio de vanos discursos, se consideraba llamado y predestinado Fray Miguel, en cuanto el Padre Ambrosio realizase en él el prometido milagro de remozarle. Fray Miguel acudió, pues, a la celda del Padre Ambrosio, resuelto a todo, y en la noche y en la hora convenidas. El Padre Ambrosio estaba aguardándole.
Lo que más temía, y Osorio también, era que se realizase el anunciado matrimonio de su padre. Si esto sucedía no había más remedio que ver a la ex florista ostentando la corona ducal, tratando de potencia a potencia con ellos. Aunque al principio la sociedad la rechazase, como con el tiempo todo se olvida, quizá aquella vil mujer llegaría a ser una verdadera duquesa.
Palabra del Dia
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