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Actualizado: 13 de junio de 2025
Hemos visto en Cádiz al sol sumergiéndose en las aguas del Océano con una aureola de tinieblas; hemos visto á ese mismo Océano invadiendo silenciosamente la playa y retirando despues con una calma aterradora sus hinchadas olas; hemos visto esas olas, altas como montes, arrojándose heridas por la luz del rayo sobre los muros de la ciudad sumida en duelo: alli es donde la naturaleza se ostenta con toda la sublimidad de que pudo revestirla su autor al hacerla brotar llena de vida de entre la confusion y el caos, alli es donde se ensancha el corazon, alli es donde la imaginacion cruza el espacio y rasga el velo que oculta á nuestros ojos lo infinito.
Por el contrario, si el lejislador mutila y rasga la historia de un pais, destroza sus instituciones, y no respeta antiguas costumbres, todo por llevar á efecto las mudanzas que en teoría haya podido sujerirle su imajinacion, puede con la mejor buena fe, intencion y deseo, causar males de imposible resarcimiento; porque fácil y aun posible es que en tal caso el pueblo principie por murmurar, siga quejándose y lamentándose, y concluya por alzarse tan poderoso como es, y á las imprudencias del lejislador se siga la guerra con sus desastres, y la revolucion con sus crímenes.
Oyose entonces la voz de Magdalena, que decía, reprendiendo a la modista: ¡Por la Virgen Santísima! ¡Cuidado que está usted hoy torpe! ¡Vaya! ¡Deje usted que me ayude únicamente Antoñita y acabemos de una vez! Al cabo de un instante de silencio exclamó: ¿Pero qué haces, Antoñita? Y a esta exclamación siguió un ruido parecido al que se produce cuando se rasga una tela.
De trecho en trecho se rasga la espesura del bosque, dejando columbrar por pequeños espacios el admirable panorama que se desarrolla al N. N.-E.; pero apénas se tiende la mirada para contemplarlo cuando el inmenso cortinaje de verdura vuelve á cerrarse, y en vez de los nevados y montañas, los lagos y lejanos valles y planicies entrevistos por un segundo, torna á rodearlo á uno la tupida floresta de pinos, abetos, hayas y pequeñas encinas.
Se le pasó por las mientes la idea de que la Gorgheggi fuera un gran capitán, un caudillo de amazonas de la moral, de mujeres de rompe y rasga; y ella iría a su lado como corneta de órdenes, como abanderado, fiel a sus insignias.
No era la lánguida y complaciente enamorada: ni era tampoco la penitente mística; era la maja de rompe y rasga, insolente y soberbia, capaz de herir con groseros y ponzoñosos insultos, y capaz de matar con la llama fulmínea de sus ojos, cuando no con puñales. Vete, huye exclamó apártate de mi presencia.
El caballo, espantado, saltó la valla; una flecha silba a mi lado; después, una piedra me da en el hombro, otra en los riñones, otra hace blanco en el anca del animal, y otra más gruesa, me rasga la oreja. Agarrado desesperadamente a las crines, arqueado, con la sangre goteando de la oreja, galopé en una carrera furiosa, a lo largo de una calle negra.
Resaltan en el cielo azul diáfano el caserón rojizo del convento y la aguda torre de la iglesia. Una larga pincelada azul de las montañas, sobre otra larga pincelada negra de los olivos, limita el horizonte. De pronto rasga los aires la nota sostenida y metálica de la corneta del pregonero; ladran los perros; cacarean los gallos; llega el silbido ondulante, apagado, de un tren que pasa...
Palabra del Dia
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