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Actualizado: 8 de junio de 2025
Mi tío Ramón hacía pucheros de alegría y de íntima satisfacción. ¡El, sin sospecharlo, él, a sus sesenta y tantos años, había producido aquel verdadero atentado contra la regularidad del equilibrio lunar!
Aquella noche, según contó después Ramón, el padre no había podido dormir: había estado agitadísimo. Ramón le había sentido andar a grandes pasos por el cuarto. Había acudido de puntillas para que no se enojase de que le espiara, y le había visto escribir. Después había vuelto a notar que andaba en el cuarto.
Ya ves, Juanito dijo con precipitación el maestro . Acaba de subir de un golpe cerca de tres enteros. ¿Qué será esto? Hay que ver en seguida a don Ramón. Lo que es por esta vez, ¡se ha lucido! Pero no; él no se equivoca fácilmente. Aquí hay gato encerrado. De todos modos, debemos consultar en seguida a nuestro hombre. ¡Cristo! ¡pues apenas tiene la cosa importancia...!
Contador Mayor, D. Ramon de Oromí, se dijo: Que no se cree con autoridad alguna para influir con su voto en alterar las autoridades constituidas; y en el presente caso no le queda mas que desear que no se haga innovacion alguna en ellas. Por el Sr. D. Pedro Baliño, se dijo: Que ignora el supuesto de si la España existe ó no, é igualmente ignora si se debe ó no revalidar la autoridad del Exmo. Sr.
Por otra parte, yo me atrevo a sostener que en la más desvergonzada zarzuela bufa no hay la quinta parte de los chistes primaverales o verdosos que en muchas comedias de Tirso, que en muchos sainetes de don Ramón de la Cruz y que en muchas otras producciones dramáticas de nuestro gran teatro clásico.
Mal ahogados suspiros brotaban de su pecho, en el cual sentía opresión dolorosa; tenía vértigos, la vista se le nublaba, se le dormían los dedos o notaba en ellos calambres e insólito frío; las imágenes y especies que guardaba su memoria se revolvían en confusión; le dolía la cabeza y hasta se le trababa la lengua y tartamudeaba cuando hablaba con Ramón, su criado.
Más que todos los paseos del mundo, gustábale que la llevaran, en su casa, al patio de servicio. Pues allí estaba casi siempre Ramón. Ramón era el hijo de la cocinera, un muchachote de su misma edad, doce años; pero que parecía su padre.
¡Oh! aplastado; ¡figúreselo usted libre de un monstruo y con setenta millones de pesos! ¡Setenta millones! exclamó Blanca, bonito dote, mamá ¿eh? Fernanda hizo un signo de aprobación y su fisonomía se alumbró como si concibiese una vaga esperanza. Pero don Ramón ha sido feliz con su tía... un viejo pisaverde, alegre, muy sirvientero... ¿no es verdad? preguntó riendo.
Yo no soy orgullosa y mi mamá hace todo lo que yo quiero. Sin darse por vencido, no ocultando su triste escepticismo, Ramón objetó todavía: Su mamá hace ahora todo lo que V. quiere, niña, porque V. está enfermita; pero cuando V. sane, será otra cosa...
Aconsejado por él, realizaba el señor Cuadros sus magníficos negocios; y Juanito, a no ser por su deseo de verse dueño de Las Tres Rosas, hubiese vendido el huerto, poniendo toda su fortuna en manos de don Ramón.
Palabra del Dia
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