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Actualizado: 8 de junio de 2025
Señor dijo la tía María , ¿y va usted a tomar a dinero contado lo que dicen los enamorados? ¿Si Ramón Pérez, el pobrecillo, no es capaz de matar un gorrión, cómo puede usted creer que se vaya a matar cristianos? Pero considere usted que si se casa don Federico se nos quedará aquí para siempre, ¿y qué suerte no sería esta para todos?
Sus largos cabellos mal trenzados, desaliñados y sin peineta, colgaban hasta el suelo. Calzaba zapatos de seda en chancletas, y llevaba largos pendientes de oro. ¡Cállate, cállate, Ramón! dijo con voz ronca al entrar en la tienda . No me desuelles los oídos.
D. José Echegaray, D. Marcelino Menéndez y Pelayo, D. Rafael Salillas, D. Emilio Cotarelo y Mori y D. Ramón Menéndez Pidal, fue premiado el libro de que damos aquí cuenta en resumen.
Entre la segunda y tercera litografía penden, de rojas cintas de seda, dos lucientes braserillos de cobre, en los que antaño se ponía la lumbre para encender pajuelas y cigarros. Debajo, encerrado en un patinoso marco dorado, pendiente de un viejo listón descolorido, hay un dibujo de Ramón Casas.
Don Ramón recibía el encargo de sacar triunfante a tal señor desconocido, que apenas si pasaba un par de días en el distrito. Era la voluntad de los que gobernaban allá en Madrid.
Teniente Coronel urbano, D. Juan Antonio Pereira, Capitan de granaderos del segundo batallon de Patricios; el Sr. D. Estevan Romero, Teniente Coronel urbano y Comandante del mismo batallon; el Sr. D. Juan Ramon Balcarce, Sargento mayor del batallon de granaderos de Fernando VII; el Sr. D. Simon Rejas, de este vecindario y comercio; el Sr.
Ahora dijo en voz bajita y temblorosa dame un beso y escápate de prisa. Al mismo tiempo me presentaba su cándida y rosada mejilla. Yo la tomé entre las manos y la apliqué un beso... dos... tres... cuatro... todos los que pude hasta que oí rechinar la llave. Y me alejé a paso largo. Dejó de hablar D. Ramón. ¿Y después, qué sucedió? le pregunté con vivo interés.
Aquel dinero que tal vez llevaba en el bolsillo, más de treinta mil pesetas, representaba los últimos esfuerzos de su madre para sacar a flote la fortuna de la familia, puesta en peligro por las genialidades de don Ramón.
Indudablemente mi tío Ramón había abusado de mi tía, permitiéndole que lo aceptara por esposo. Escenas conyugales como la que acabo de narrar eran muy comunes en aquella casa.
Vivía cerca de Valencia, en una casa de campo, y sólo venía a Madrid cuando algún asunto lo exigía: en esta ocasión era para gestionar el ascenso de un hijo, registrador de la propiedad. A pesar de que este hijo tenía la misma edad que yo, D. Ramón no pasaba de los cincuenta años, lo cual hacía presumir, como así era en efecto, que se había casado bastante joven.
Palabra del Dia
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