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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Y es un salon de limpia-botas. ¡Al dulce céfiro! Y es un almacen de quincalla. ¡A la estrella del Mediodía! Y es quizá una tienda de tapones de corcho. ¡Al buen pastor! y es un almacen de baratijas ó una tienda de comestibles. Esto no me divierte; al contrario, me repugna, me fastidia, casi me sonroja; sí, casi, casi me da vergüenza.
Cuando somos niños, y un nuevo ser viene al mundo en nuestra casa, las personas mayores nos dicen que le han traído de Francia, de París o de Inglaterra. Engañado yo como todos acerca de tan singular modo de perpetuar la especie, creía que los niños venían por encargo, empaquetados en un cajoncito, como un fardo de quincalla.
En dicho portal, bastante espacioso para que entraran por él las enormes carrozas de su primitivo señor, tenía su establecimiento un memorialista, secretario de certificaciones y misivas; y en el mismo portal, un poco más adentro, estaban los almacenes de quincalla de un hermano de dicho memorialista, que había venido de Ocafia á la Corte para hacer carrera en el comercio.
Cuando entró de nuevo en el Saloncillo, grandemente perturbados halló a sus cotidianos tertulios con la nueva que acababa de traer Severino el de la tienda de quincalla: «¿No saben ustedes lo que pasa, señores?» Todos se levantan y le cercan. El comerciante habla visiblemente conmovido. Esta noche han robado y asesinado a don Laureano. ¿Qué don Laureano, el de la quinta?
Sí me entiende usted, pero hablaré más claro. ¿No es usted otro libelo infamatorio con lengua y pies que viera yo cortados de los muchos que sacrifican la honra del Magistral? Pues si don Santos le maldice porque le roba los parroquianos de su tienda de quincalla, usted le aborrecerá por lo de la usura; ¿quién es tu enemigo? Poco a poco, señor Ripamilán, que se me sube el humo a las narices.
Y mezclados con este rebaño femenino comen varios muchachos alemanes, rubios, orejudos y de mandíbula fuerte, niños tímidos que al hablar se cuadran como reclutas, lo que no les impide meterse América adentro a difundir valerosamente la quincalla de Hamburgo y de Berlín, en mula, en piragua o a pie, llevando el muestrario a la espalda lo mismo que una mochila.
El cántico de Violeta tornó a aparecer lleno de dulzura melancólica y de pasión. La voz de María sollozaba de tal suerte al interpretarlo, que el corazón se oprimía y las lágrimas brotaban en los ojos. Un solo perro, el del comercio de quincalla, siguió ladrando con persistencia sumamente incómoda, pues la voz de la cantante no acababa de llegar a los oídos del público con la debida pureza.
No será usted obscurantista, pero tiene la moliera a obscuras para todo lo que no sea picardía. ¿Qué tiene que ver que al señor Barinaga, al bueno de don Santos, se le haya metido en la cabeza que su comercio de quincalla y cera va a menos por una competencia imaginaria que, según él, le hace el Provisor? ¿Qué tiene que ver eso, alma de cántaro, con que el bazar, como lo llama, de La Cruz Roja, tenga sótanos y el Magistral sea comerciante aunque lo prohíban los cánones y el Código de comercio?
Quieren que el pabellón inglés ondee en todos los mares, cuidándose mucho de que sea respetado; pero siempre que hablan de la dignidad nacional, debe entenderse que la quincalla inglesa es la mejor del mundo.
El regreso a los Pazos fue animado por comentarios y bromas acerca de las visitas: hasta Julián dio de mano a su formalidad y a su indulgencia acostumbrada para divertirse a cuenta de la mesa escotada y del almacén de quincalla que la señora jueza lucía en el pescuezo y seno.
Palabra del Dia
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