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Actualizado: 18 de junio de 2025
El golpe fue tremendo. ¡Un estanco en la calle de la Pingarrona! «¡Un miserable tenducho donde sólo entrarían jornaleros y verduleras, donde no se despacharía un céntimo de escogidos, ni sobres, ni plumas, ni boquillas, ni más sellos que de a quince, ni apenas papel sellado!
Marcial y yo tenemos que reñir... Vuélvase él a los barcos si quiere, para que le quiten la pierna que le queda... ¡Oh, San José bendito! Si en mis quince hubiera sabido yo lo que era la gente de mar... ¡Qué tormento! ¡Ni un día de reposo!
Hágase hervir y cocer quince minutos al horno o entre dos fuegos. Sírvase caliente.
Se abstuvo de comunicarlo á su amigo Argensola, que conocía los incidentes de la travesía atlántica. Cuando menos lo esperaba, don Marcelo se encontró al final de aquella existencia de alegría y orgullo que le había proporcionado la presencia de su hijo. Quince días transcurren pronto.
Al caer la tarde, creyendo observar en el estado de la enferma la presentación de síntomas aterradores, llamó por señas a su hermano, llevole lejos de la cama, y mostrándole el pomo, que contenía quince o veinte gramos de un líquido transparente e incoloro, le dijo: Voy perdiendo toda esperanza... ya no hay remedio. La misericordia de Dios es infinita repuso Marcelo.
Su enemigo, le esperó serenamente hasta una distancia de quince pasos. Y ya con la seguridad de volcarle, porque era un tirador consumado, disparó. La bala rozó la mejilla del joven, levantándole la piel y haciéndole sangre. Detúvose un instante, y siguió avanzando. Los padrinos empalidecieron terriblemente.
Es igual; ¡qué bien se encuentra uno en su casa! ¡Eh, Luisa! ¡Ven y siéntate un momento aquí! ¡Mire usted, papá Juan Claudio, con esta personilla a un lado, el jamón al otro y la jarra en frente, en menos de quince días me reponía completamente; no me reconocían los camaradas de la compañía!
Me dirigí hacia el pueblo, formado por quince o veinte casas agrupadas en derredor de la iglesia, y me detuve en una venta del camino, con el objeto de almorzar, y de paso a enterarme de la clase de gente que vivía en Bisusalde.
Desta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza y poco a poco, con ayuda de las buenas gentes, di conmigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde con la merced de Dios dende a quince días se me cerró la herida. Y mientras estaba malo, siempre me daban alguna limosna; mas, después que estuve sano, todos me decían: "Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un buen amo a quien sirvas."
No habías de pasarte lo mejor de la vida escribiendo papelotes en casa de don Juan. En la hacienda estarás muy bien; ganarás buen sueldo, porque ese señor sabe pagar a los que le sirven; vendrás a vernos cada quince días, y todos estaremos muy contentos. Tía Pepa entraba y salía.
Palabra del Dia
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