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Tampoco fue lo grave la estocada porque pusiera en riesgo de muerte al príncipe ruso, pues no llegó tan adentro «la acerada punta», sino por el ruido que hizo y lo que dio que hablar a las gentes, y que temer a la impávida Leticia, y que hacer a la misma Verónica para ayudar a su amiga a convencer al subsecretario de que ciertos sucesos, aunque se vean con los ojos y se palpen con las manos, no son lo que aparentan, sino quimeras de la imaginación ofuscada.

Hay instantes, horas, días enteros, en que uno está abstraído, a su pesar, por una imagen encantadora que le llama, que le persigue, que vanamente tratará de evitar, que encontrará en todas partes y cuya perfección ideal está compuesta por los rasgos de mil mujeres diferentes, o, todo lo más, por los de una mujer a la que no se ha visto jamás. ¿Cuántos años hace falta vivir, mi querido Eduardo, para no sentir semejantes quimeras?...

Yo levantaba indolentemente la cabeza, y contemplaba sonriendo al buen cura que continuaba con ardor en sus pesquisas. Luego volvía a mis quimeras y concluía por quedar sumida en una vaga somnolencia. Me despertaron el rechinar de la barrera que cerraba el cerco del jardín y el sonido de una voz llena de alegría que me causó el más recio sacudimiento que sentí en mi vida.

Son hechos los poetas de una masa Dulce, süave, correosa y tierna, Y amiga del hogar de agena casa. El poeta mas cuerdo se gobierna Por su antojo valdio y regalado, De trazas lleno, y de ignorancia eterna. Absorto en sus quimeras, y admirado De sus mismas acciones, no procura Llegar á rico, como á honroso estado.

Nuestros lectores saben que don Modesto, esencialmente grave y pacífico, tenía una profunda antipatía contra toda especie de disputas, altercados, riñas y quimeras.

Pero, con todo esto, me consuelo; porque, en fin, en cualquiera figura que haya sido, he quedado vencedor de mi enemigo. -Dios sabe la verdad de todo -respondió Sancho. Y como él sabía que la transformación de Dulcinea había sido traza y embeleco suyo, no le satisfacían las quimeras de su amo; pero no le quiso replicar, por no decir alguna palabra que descubriese su embuste.

Aquel niño que yo tuve sobre mi regazo; a quien tengo lavado y peinado muchas veces; a quien tengo librado de bastantes castigos, ¡convertirse ahora en amante y en dueño! ¡Esto es algo que se sale de lo vulgar, algo nuevo y extraño!... Pero ¡ay, Miguel! estos sueños hermosos no pueden realizarse... ¿Sabes por qué? Porque son quimeras que no pueden halagar sino a una imaginación loca como la mía.

Pero como de abandonarse a sus instintos, a sus ensueños y quimeras se había originado la nebulosa aventura de la barca de Trébol, que la avergonzaba todavía, miraba con desconfianza, y hasta repugnancia moral, cuanto hablaba de relaciones entre hombres y mujeres, si de ellas nacía algún placer, por ideal que fuese.

Las manos enlazadas, juntas las sienes, la mirada húmeda y anhelante, fija en el disco de la luna, dejáronse arrastrar ambos dulcemente al mundo de las quimeras deliciosas y se repitieron con acento arrobador lo que mil veces se habían dicho ya. El blanco manto de armiño conservó su huella hasta que el sol vino a borrarla.

Con quien la gala, discrecion y aviso Tienen poco que ver, y tu los pones Dos leguas mas allá del paraiso. Estas quimeras, estas invenciones Tuyas te han de salir al rostro un dia, Si mas no te mesuras y compones. Esta amenaza y gran descortesia Mi blando corazon llenó de miedo, Y dió al traves con la paciencia mia.