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Actualizado: 7 de mayo de 2025


LA CONDESA. ¡Quia! ¡No...! Es una mujer de la mejor sociedad. Es la viuda del célebre barón ruso Maschine, que fué muerto en Petrogrado cuando la primera revolución. El barón, que había sido locamente rico, habíase arruinado, en parte, por satisfacer los gustos dispensiosos de su esposa; cuando murió, mi amiga Maschine descubrió súbitamente su pobreza. Como era muy linda...

Et quia animam ponebant esse de natura illius corporis, quod dicebant esse principium, ut dicitur in primo de anima, per consequens sequebatur quod anima esset deo substantia Dei. Juxta quam positionem etiam Manichari, Deum esse quamdam lucem corpoream existimantes, quamdam partem illius lucis animam esse possuerunt corpori alligatam.

Dudo yo que mi marido... ¡Quia, imposible..! Pero, aun creyendo imposible lo que se le había ocurrido a su ingeniosa amiga, Rosalía meditaba sobre ello. La misma dificultad insuperable del asunto atraía su espíritu, como los grandes problemas embelesan y fascinan los entendimientos superiores.

Al entrar en él se respira paz y recogimiento, y el visitante se siente tentado a exclamar como Lutero en Worts: Les envidio porque reposan: envideo quia quiescunt. Pero cuando Lutero pronunció esas palabras no entraba en el cementerio siguiendo el cortejo fúnebre de una persona querida: hablaba el filósofo, no el padre o el esposo.

Mi madre le decía: «¡Ah!, mejor te valdría haber aprendido un oficio que no vivir colgado a los faldones de los ministros, hoy me caigo, hoy me levanto...». ¡Pero quia!; él sabía de oficina más que la Gaceta, y cuando hablaba de las rentas, del presupuesto y de esas cosas de gobernar, todos los que le oían estaban asombrados. Su padre, mi abuelito, había sido también de oficina.

Este marido era de la misma masa de aquel otro que cantaba: mi mujer me han robado tres días ha: ya para bromas basta: vuelvanmelá. Al fin la cachaza tuvo su límite, y el marido hizo... una que fué sonada. ¿Perniquebró a su costilla? ¿Le rompió el bautismo a algún galán? ¡Quia!

¡Eh! gritó la Renca . , la Pinta, que este señorito te convida. La Pinta, ruborizada, se excusó. La Piernavieja insistió en balde. Y eso de la Pinta, ¿es mote? pregunté. Quia; es su verdadero nombre. Se llama así, Angustias Pinto. También es capricho conservar la filiación natural en este negocio. Es una simple que no sirve pal caso.

Vea, usted, señora doña Nicolasa, vea usted. Esto está fuera de lo común, por la sentencia y el gran tuétano que encierra: Quia pulii sunt. Lo mismo dijo el Dialéctico cuando zurraba á los jansenistas: Quia, heretici sunt!

Patricia se permitió la confianza de poner su mano en el hombro de su ama, diciéndole: «Ahora que nos podemos acostar. ¡Qué susto hemos pasado!». Fortunata le respondió: «¿Susto yo?... ¡quia!». Todo esto se decía con un cuchicheo cauteloso, y lo mismo lo habrían dicho aunque no hubiera allí un enfermo cuyo sueño había que respetar.

Tendrías que cantarle el motivo. Se lo cantaré... vaya. Bonita escandalera armarías... Nada, hija, que la trampa te la ponen donde quiera que vayas, y ¡pum!... ídem de lienzo. Pues ea... no me casaré dijo la novia en el colmo ya de la confusión. ¡Quia! Por tonta que te quieras volver, no harás tal... ¿Crees que esas brevas caen todos los días?

Palabra del Dia

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